A menudo, cuando leemos, lo único que estamos haciendo es corroborar nuestra manera de leer. Nuestros prejuicios. Los cristalitos a través de los cuales lo vemos todo. No estamos dispuestos a romper los cristalitos, sino a apropiarnos de estímulos nuevos domesticándolos, adaptándolos a nuestro modo de mirar. Encontrar un punto intermedio entre la lealtad al criterio -la posibilidad de la crítica- y la destreza para reformularlo cuando lo que nos llega de fuera es extraordinario constituye uno de los ejercicios más arriesgados y maravillosos del arte o el oficio de leer.
