Hay que empezar a sacar eso (la intimidad del poeta), llevarlo a la superficie, que lo reciban las palabras y que las palabras no lo estropeen. Tienes que saber manejar el lenguaje para transportar eso con palabras a alguien que no conoces. Y luego que este alguien coja el papel con palabras, lo ponga en el atril de su instrumento y toque aquella partitura, que lea el poema. Y el final de este proceso, si el poema es bueno, y el lector tiene un instrumento y sabe tocarlo, el lector mira aquello y dice: «Este soy yo». Qué tranquilidad. Qué consuelo. Es un proceso milagroso.

Joan Margarit