A media mañana me voy a un café, con mi «Mont Blanc» y mi cuadernito. Y escribo. Un rato. Media hora, una hora. Y eso es todo. Una página. Le doy muchas vueltas. Escribo muy lento, muy despacito, pensándolo muy bien. Por eso es que no corrijo mucho: lo pienso tanto y lo voy haciendo tan lento que queda lo mejor que puede quedar.
Yo siempre termino con un sentimiento de insatisfacción, de «nada resultó como yo quería hacerlo». Pero me parece bueno mantener ese sentimiento de insatisfacción porque es lo que me permite seguir adelante.

César Aira