Habitualmente los narradores más líricos y más atentos al paisaje narran el río. Se han escrito varias obras maestras en esa línea: «Zama», de Di Benedetto; «El limonero real», de Saer; «Sudeste», de Conti; «La ribera», de Wernicke; «Hombre en la orilla», de Briante. Buscan la lentitud; tienden a narrar en presente lo que ya sucedió. Algunas novelas de Conrad se mueven en esa dirección: la calma chicha es la motivación del relato. En «El corazón de las tinieblas», mientras esperan que suba la marea del Támesis, Marlow cuenta la historia. Cuanto más profunda es la quietud, más intensa es la narración. La dispersión del flujo del tiempo se frena y la bajante la calma, la creciente que no llega se convierte en una metáfora del arte de narrar.
Ricardo Piglia