Contrabando
El árbol del conocimiento era el árbol de la razón.
Por eso es que probar de él
nos sacó del Edén. Ese fruto
fue concebido para ser disecado y molido en fino polvo
y ser usado de a una pizca por vez, un condimento.
Probablemente Dios tenía pensado contarnos más tarde
acerca de este nuevo placer.
Nosotros nos llenamos la boca con él,
nos atragantamos con pero y si y cómo y otra vez
pero, aunque no con mejor conocimiento.
Es tóxico en grandes cantidades; los vapores
se arremolinaron en nuestras cabezas y alrededor de nosotros
hasta formar una densa nube que se endureció como el acero,
una pared entre nosotros y Dios, que era el Paraíso.
No es que Dios sea irrazonable -pero
semejante exceso de razón era una tiranía
y nos encerró en nuestros propios límites, una celda pulida
que refleja nuestros propios rostros. Dios vive
del otro lado de ese espejo,
pero a través de la grieta, donde la barrera
no llega completamente al suelo, consigue
escurrirse- como luz filtrada,
esquirlas de fuego, la tensión de una música que se oye
y en seguida se pierde y se vuelve a escuchar.
Denise Levertov