Elizabeth Bishop, la persona más sola del mundo

Nació en Woscester, Massachusetts, en 1911. Desde ese momento asumió el destino de los poetas, para quienes la poesía es un desierto en el que detenerse para escuchar imperturbable la voz del Ser. Le dijo a Robert Lowell: «Cuando escribas mi epitafio, di que he sido la persona más sola del mundo», pero tuvo la desgracia de sobrevivirle. «Protegé» de Marianne Moore, a quien todos recuerdan en su lugar, demostró una verdadera ley melancólica: para rendir justicia a uno es necesario ser injusto con otro.

Tuvo predisposición a los problemas sentimentales, el abuso del alcohol y los largos viajes. De Brasil, donde paso dieciséis años, describió minuciosamente los infalibles horizontes. Despreciaba la metáfora, cuyo inconveniente es que embellece las cosas, y la elocuencia romántica, que tiene el defecto de ser imprecisa. Hizo como Pedro Garfias: dejar las palabras en suspensión incluso durante años, esperando ocupar ese vacío un día u otro. Los pocos versos que publicó brillan como los minuciosos espejos de Van Eyck.

De vuelta a Boston, para envejecer, observó que los recuerdos de infancia son los horóscopos de un destino ya vivido. En 1979 comparó un arco iris con un pájaro que huye hacia el cielo como el mercurio de un termómetro roto; acabó el poema con la palabra «gay», es decir, lesbiana y feliz, y murió.

Eugenio Baroncelli. Doscientas sesenta y siete vidas en dos o tres gestos Eugenio Baroncelli. Doscientas sesenta y siete vidas en dos o tres gestos.

 

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