Lectura: «Oona y Salinger», de Fréderic Beigbeder

Insolente, brillante e imprevisible, Beigbeder es un jugador empedernido que arriesga siempre en la ruleta de la literatura, dispuesto a reventar la banca a cualquier precio, incluso el del «striptease» moral en el que convirtió «Una novela francesa» (2009), escrita con el diablo en el cuerpo y en forma de proclama antisistema con aspecto de memorias-de-un-chico-malo. Ya había sido provocador y se había emborrachado de egotismo en «13,99 euros» (2000), y su obra parecía destinada a ser sinónimo de atentado premeditado contra el «establishment».

Pese a que la voz que narra es la de Beigbeder y a cada página se asoman su ironía, su autoconsciencia, su mitomanía y su complicidad con un lector al que se lleva de juerga, «Oona y Salinger» es la novela menos autobiográfica, y seguramente la más enjundiosa. En realidad es su apuesta más fuerte. Nada menos que un «biopic» de J. D. Salinger y un ejercicio de ficción histórica (como los de Philip Roth en «La conjura contra América» o Doctorow en «Ragtime») que contamina con imaginación y mentiras verosímiles la verdadera historia de la frustrada relación entre el autor de «El guardián entre el centeno» y una hermosa «flapper» llamada Oona O’Neill.

Beigbeder. Oona y SalingerHija del dramaturgo Eugene O’Neill y una habitual en las páginas de «Life», Oona conoció a Orson Welles y el alcohol y se casó con el maduro Charles Chaplin, con el que tuvo ocho hijos y una vida regalada; Salinger combatió en el desembarco de Normandía, alcanzó la fama como novelista y más tarde se eclipsó; y Beigbeder propone una estimulante reconstrucción de esa relación entre ambos, escribiendo las cartas apócrifas que un Salinger enamorado le escribió a Oona y que no han salido aún a la luz. ¡Oona y Jerry Salinger o Zelda Fitz­gerald y el soldado Ryan convertidos en 300 páginas en Mrs. Chaplin y Mr. Ghostwriter! ¿Y en medio? Un plató de cine de los cuarenta, una fiesta de papel en la que bailan Truman Capote —inventor de la «non fiction novel», a la que adscribe Beigbeder su novela en el preliminar—, Mae West, Patton, Scorsese, Bernanos, Michael Jackson, Hemingway, Rihanna o Kim Novak, breves tratados de amor «senex-puer» y de heroísmo y banalidad, un «bouillon de culture» preparado con cine clásico americano, fotografías evocadoras, fetichismo literario, comentarios irónicos de un autor entrometido e historia del siglo XX en imágenes verbales, y una historia de amor cortés muy bien escrita. De la playa de Utah y los «nightclubs» del Nueva York canalla a esa Suiza chic de celebridades como Nabokov y Coco Chanel.

Todo constituye un feliz pretexto para que el autor exhiba sus plumas de pavo real y juegue a ser el primero de la clase de literatura. Quiere siempre ser el perejil de todas las salsas, escribe su novela escribiendo a la vez cómo la escribe, y seduce con sus pastiches y sus manipulados clichés, con sus diálogos de Hollywood, sus cartas inventadas, sus listas a lo Perec, sus mistificaciones y su humor de vodevil. Siempre embaucador, en «Conversations d’un enfant du siècle» (Grasset, París, 2015), Beigbeder conversa consigo mismo, sueña con entrevistar a Salinger y acaba entrevistando a Scott Fitzgerald a título póstumo. Aquí se ha documentado a fondo, demuestra ser un maestro del simulacro y es capaz de convertir un episodio marginal en una recreación periodística tan ucrónica como adictiva.

Javier Aparicio Maydeu. Babelia, El País


 

Textos

Su teoría era seguramente pueril, sin duda falsa y quizá peligrosa, pero Salinger inventó la ideología de la que yo era víctima consentidora. Es el escritor que mejor ha definido el mundo actual: un mundo separado en dos bandos. Por un lado, los tipos serios, los alumnos modélicos encorbatados, los viejos burgueses que van a la oficina, se casan con un ama de casa superficial, juegan al golf, leen ensayos de economía y aceptan el sistema capitalista tal cual: «Tipos que se pasan la vida hablando de cuántos litros de gasolina consumen cada cien kilómetros sus malditos coches.» Por otro, los adolescentes inmaduros, los niños tristes, eternamente en primero del instituto, los rebeldes que bailan toda la noche y los desequilibrados que deambulan por los bosques, los que se preguntan por los patos de Central Park, hablan con vagabundos o monjas, se enamoran de una adolescente de dieciséis años y no trabajan nunca, permanecen libres, pobres, solitarios, sucios y desgraciados; en resumen, los eternos rebeldes que creen oponerse al modelo consumista, aunque en realidad han obligado a los países occidentales a endeudarse durante los últimos sesenta años y han ayudado a vender miles de millones de dólares en productos de consumo masivo desde la década de 1940 (discos, novelas, películas, series de televisión, ropa, revistas femeninas, videoclips, chicles, cigarrillos, descapotables, refrescos, bebidas alcohólicas, drogas, todos ellos productos promocionados por arrogantes marginales de lo más mainstream). Necesitaba confrontarme con el fundador de la fantasía infantil que hace soñar al mundo desarrollado. Salinger es el escritor que ha hecho que a los humanos les repugne envejecer.

[…]

Un joven rubiales procedente de Nueva Orleáns y con la voz de pito no podía dejar de sonreír cuando salía con el Trío de las Herederas: Gloria Vanderbilt, Oona O’Neill y Carol Marcus, las primeras it girls de la historia del mundo occidental, ocultas tras una cortina de humo. Durante el día enviaba textos a periódicos que, de momento, no los publicarían. Y por la noche se limpiaba las gafas redondas con su pañuelo de seda negro antes de volvérselas a colocar sobre la nariz y hacer lo propio con el pedazo de tela, que se metía en el bolsillo exterior izquierdo de su americana blanca, esmerándose en que sobresalieran cuatro triángulos que apuntaban al techo, como flechas dirigidas a los globos que le colgaban por encima de la cabeza. Creía que vestir bien le hacía a uno inteligente, y en su caso era cierto. Tenía dieciséis años, se llamaba Truman Capote y la escena se desarrollaba en esta dirección: el número 3 de la calle Cincuenta y tres Este.

 

En 1951, J. D. Salinger pública El guardián entre el centeno. Es la desesperación de un veterano de la Segunda Guerra Mundial trasplantada al corazón de un adolescente neoyorquino. La novela fue rechazada por The New Yorker y por el editor Giroux (que también rechazó En el camino, de Kerouac). Aceptada al fin por Little, Brown and Company, sale publicada el 16 de julio de 1951 a un precio de tres dólares. Salinger es un autor respetado en el medio literario por sus relatos aparecidos en The New Yorker: «Un día perfecto para el pez plátano», en 1948, y «Para Esmé, con amor y sordidez», en 1950. El guardián entre el centeno recibe elogios inmediatos de Faulkner y Beckett. Jerry no hará ninguna «promo».

«Soy incapaz de explicar lo que he querido escribir», dirá para rechazar todas las entrevistas.

¿El mensaje del libro? O te conformas con el modo de vida del empleado medio, o terminas en el manicomio. A partir de 1951, el hospital psiquiátrico es el horizonte de los espíritus libres en el sistema capitalista.

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