Sobre la soledad
[…] Y si volvemos a referirnos a la soledad, deviene cada vez más claro que ella, en el fondo, no es nada de lo que se puede tomar o dejar. «Somos» solitarios. Uno puede acerca de esto ilusionarse y hacer como si no fuera así. Pero cuánto mejor es reconocer que lo somos; aun más: partir de ahí. Ciertamente, entonces sucederá que experimentaremos vértigo, pues todos los puntos en que nuestros ojos solían descansar, nos son quitados; nada hay ya cercano, y todo lo lejano lo es infinitamente. […] Pero es menester que también vivamos «esto». Tenemos que aceptar nuestra existencia, tan «ampliamente» como sea posible. Todo, aun lo inaudito, debe ser posible en ella. En el fondo, el único valor que se nos exige es: ser animosos ante lo más extraño, prodigioso e inexplicable que pueda acaecernos. […] Pero el temor a lo inexplicable no sólo ha hecho más pobre la existencia del individuo; también las relaciones entre un ser humano y otro han sido limitadas por él […] Pues no es únicamente la desidia lo que hace que las relaciones humanas se repitan de caso en caso indeciblemente monótonas y no renovadas: es el temor a toda vivencia nueva, imprevisible, a la que uno se considera incapaz de afrontar.[…]
No tenemos ningún motivo de recelo contra el mundo, pues no está contra nosotros. Si él tiene espantos, son «nuestros» espantos; si tiene abismos, estos abismos nos pertenecen; si hay en él peligros, debemos procurar amarlos.
Rainer Maria Rilke. Cartas a un joven poeta
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