Lectura: «El aniversario», de Andrea Bajani

El escritor italiano Andrea Bajani.Franco Origlia

Andrea Bajani: una cruda y valiente mirada a la familia, esa primera catástrofe de la vida

‘El aniversario’, novela galardonada con el Premio Strega, es un retrato feroz, íntimo y sutil sobre ese complejo ente que es la familia que explora qué pasa cuando la propia es autoritaria y asfixiante

Origen: El Mundo


Textos

La última vez que vi a mi madre, me acompañó a la puerta de casa para despedirse. Luego, antes de cerrarla, se quedó esperando hasta que verme desaparecer en el hueco de la escalera. Mi madre nunca fue de gestos de despedida, sobre todo porque la atenazaba una forma de timidez muy cercana a la autonegación. Lo cual, en la práctica, le imposibilitaba toda retórica: no habría podido transformar de ninguna manera en puesta en escena, ni siquiera transitoria, lo que ella misma consideraba tan marginal. Por esta misma razón, me parece, no se reconocía el derecho a certificar el principio o el final de nada. Se quedó detrás de mi padre cuando la puerta se abrió, y seguía detrás de mi padre cuando, al término de cada una de mis visitas, el batiente los engullía en el interior de la casa.


Si nunca he escrito sobre mi madre, ni nunca me he parado a pensar en ella, es porque para hacerlo hace falta extirparla de mi padre. Lo que implica una operación delicada, que requiere una actitud quirúrgica específica, una frialdad de pulso. Requiere lentitud y precisión, una bisturí gramatical. Es decir, dirigir las palabras a las partes que aún no están comprometidas. Identificarlas, aislarlas del resto y luego incidir, hacer daño con nitidez.

(…)

Extirpar a mi madre de mi padre, por lo tanto, equivale a sacarla de esa oscuridad para convertirla a todos los efectos en un personaje de novela. Por eso, podría llegar a afirmar, no he escrito ninguna novela hasta ahora. Es decir, un dispositivo que dé cuerpo a un universo del que no he sido testigo directo más que parcialmente. Un dispositivo que genera hechos, pensamientos e incluso una memoria diferente, alternativa, generada en el acto de escribir. Consecuencia, por lo tanto, más de la invención que del recuerdo. En el que mi madre existe de forma independiente, incluso de sí misma.


De esta forma, vivimos meses de extrañas comidas en la mesa, en las que no tenía vigencia la praxis discursiva en torno a la cual se estructuraba nuestra familia, en la que, en resumidas cuentas, mi madre permanecía en silencio, mi padre hablaba de su trabajo, yo hablaba de lo primero que se me ocurriera para cortar de raíz cualquier tensión potencial. Y mi hermana pensaba en sus asuntos. O, mejor dicho, nos detestaba en silencio: a mi padre porque era un dictador, como ella decía, ya mí porque, en aras de una vida tranquila, es decir, por cobardía, lo adulaba, legitimando así su poder indiscutido y además dejándola sola. Traicionándola, como hermano, en una lucha que no podía afrontar sola hasta el final.


La imagen más recurrente que tengo del tiempo libre de mi madre en presencia de mi padre es la de una mujer sentada en el sofá con una revista de pasatiempos, mientras él lee un libro. El rostro de ella denota aburrimiento, sus gafas se deslizan por su nariz más por descuido que por exigencia de enfocar mejor. Esperaba a que él terminara de leer y luego decidiera sobre el tiempo que quedaba antes de la cena. ¿Le interesaban los crucigramas? ¿La entretenían? Creo que eran más que nada una manera de matar el rato. En mi recuerdo, la veo a menudo distraída, mirando fuera. O, más frecuentemente, se queda dormida, se le cae el lápiz sobre el papel, su cabeza se inclina contra el respaldo del sofá.

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