En la literatura, como en nuestros recuerdos, no existen ciudades reales. Todas las ciudades son imaginarias, ‘ciudades fantasma’. Los escritores no describen, sino que inventan sus ciudades: San Petersburgo, Dublín, Alejandría o Buenos Aires no existían realmente antes de que Dostoyevski, Joyce, Lawrence Durrell o Borges escribieran sobre ellas. Todas las ciudades que aparecen en las novelas viven bajo el vasto cielo del cráneo de los escritores. Bucarest es mi propia ciudad, creada por mí a partir de los recuerdos de mi infancia y mi adolescencia, cuando sus calles, sus edificios, sus cines y sus mercados fueron tallados directamente en el blando mármol de mi cerebro. En realidad no existe Bucarest en el mundo: yo soy Bucarest, Bucarest solo vive en mis páginas.
