Lectura: «La guardiana», de Yael van der Wouden

Ganadora del Women’s Prize 2025 |
Finalista del Premio Booker 2024 | Finalista del Dylan Thomas |
Nominada al Wingate Prize 2025

«¡Qué libro! Una novela increíble, delicada y contundente a la vez.» Maggie O’Farrell

Galardonada con el Women’s Prize de 2025 y finalista del Premio Booker de 2024, La guardiana, aclamada ópera prima de Yael van der Wouden, alabada por la fuerza de su escritura y su atmósfera inquietante y muy bien tramada, es una audaz y aguda exploración sobre las secuelas emocionales del deseo.

Provincia holandesa de Overijssel, verano de 1961. Dieciséis años después del final del conflicto bélico, Isabel vive sola en la casa de campo donde se ocultó con su madre y sus dos hermanos huyendo de las bombas que caían sobre Ámsterdam. En este refugio aislado, Isabel se ha construido una vida de estricta rutina que se ve alterada de pronto cuando su hermano mayor Louis, un donjuán irredento y heredero de la mansión, se presenta con Eva, su pareja actual. Cuando Louis anuncia que debe partir de viaje durante varios meses y que la chica se quedará en la casa, Isabel desarrolla una obsesión furiosa contra Eva a medida que va descubriendo su manera de ser, totalmente opuesta a la suya: duerme hasta bien entrada la mañana, es locuaz hasta el cansancio y no para de tocar lo que no debe. Mientras el calor del verano se torna asfixiante, la tensión entre las dos mujeres llega a un punto de efervescencia peligroso.

Dotada de una profunda sensualidad y una tensión silenciosa que acrecienta la fuerza psicológica de cada detalle, La guardiana es no sólo una historia ingeniosa y perturbadora sobre el descubrimiento de la pasión, la identidad y el amor, sino también una profunda indagación en el doloroso legado de la Segunda Guerra Mundial.

La crítica ha dicho:
«Un debut valiente y emocionante…»

The Observer

«Conmovedora, inquietante y profundamente atractiva.»

Tracy Chevalier

«Misteriosa, sofisticada, sensual y atmosférica. Un debut valiente y emocionante sobre cómo enfrentarse a la verdad de la historia y a los propios deseos.»
The Guardian

«Una ópera prima extraordinaria.»
The Observer

«El único libro que he leído este año que me ha hecho llorar. […] Una novela inusual sobrela Segunda Guerra Mundial, el Holocausto y sus secuelas que logra ser total e íntimamente humana.»
The Washington Post

«Impresionante.»
The New Yorker

«La historia se resuelve de un modo tan audaz y delicado que resulta tan ingeniosa como inolvidable.»
The New York Times Book Review

«Los seguidores de Patricia Highsmith y de Eileen de Ottessa Moshfegh encontrarán aquí mucho que admirar.»
New York Magazine

«Un debut literario afiladísimo y perfectamente articulado.»
The Sunday Times


Textos

Isabel encontró un pedazo de cerámica bajo las raíces de una calabaza muerta. La primavera había traído una helada intempestiva, una semana de aguanieve, y con el verano ya en ciernes, el huerto se estaba consumiendo. Las judías, los rábanos, la coliflor: todo marchito y medio podrido. Arrodillada en el suelo, con las manos enguantadas y un sombrero de paja atado al cuello, Isabel retiraba las hortalizas moribundas. Se rasgó el guante con una esquirla y se le hizo un agujerito.


La guerra estaba almacenada en su memoria sin orden ni concierto. En 1939, un lunes, su padre se cayó por las escaleras. El viernes, la nariz le sangró sobre el traje de tres piezas que llevaba puesto y antes de que terminara el mes ya había muerto. 1943 fue el año en que la popular Vera la llamó «Isa bocapestosa» ya partir de entonces toda la clase empezó a llamarla «Isa bocapestosa». En 1941 a Louis le regalaron un trenecito para su cumpleaños, con locomotora incluida, que daba vueltas y vueltas. Las bombas caían sobre Rotterdam. Los tranvías circulaban sobre los cascotes desperdigados de Sarphatistraat, que era la calle donde Isabel y su madre solían comprar los encurtidos. Iba al colegio, volvía del colegio. Las bombas caían sobre Ámsterdam.


Le cogió las manos y se las colocó en su cintura. La piel caliente bajo la tela. Isabel, aterrada, lanzó una ojeada hacia Hendrik, pero Hendrik, desplomado sobre Sebastian, mascullaba algo con la cabeza vuelta hacia otro lado. Ajeno a ellas. Isabel intentó apartarse, pero Eva la sujetaba con la fuerza de las muñecas. Quería asegurarse de que Isabel no se escapara. Luego, sus manos… subieron por los brazos de Isabel, poco a poco, hasta llegar a sus hombros. Un abrazo, un baile. Guiados por Eva, ambos cuerpos se mecieron en un lento vaivén. Trazaron un círculo. Eva tenía que arquear un poco la espalda para rodear a Isabel con los brazos; se presionaba contra su torso, el latido de un corazón, pechos que cedían suavemente bajo la presión. El aliento de Eva como un soplo fresco en la garganta de Isabel. Isabel empujó de ella hacia sí. Fue un gesto involuntario. Era un vientre cargado de vino, eran dos manos abrazadas a la curva perfecta de una cintura. Era una caricia que ascendía por la columna de Eva hasta su nuca. Piel erizada, piel húmeda, remolino de pelo. Aspiró su olor. Apretó los dedos en un puño… la agarró.


La excitación, cuando llegaba, era un engorro; una ruptura de la rutina y una distracción. Una manta pesada lastrándola en la noche, un reguero viscoso de miel en los pulmones. Esa excitación nunca iba asociada a ninguna persona en particular. Ni a una cara, ni a un cuerpo, ni a la promesa de una caricia; nunca a la promesa de una caricia. La excitación venía y se iba con la misma imprevisibilidad de esa fiebre que alguien, algún extraño, te ha contagiodo fuera de casa, era el mismo misterio incorporado… ¿Quién podría haber sido? ¿Quién había tosido, quién la había contagiado?


La distancia que la separaba de la cama se le antojó infinita por un instante, como un campo abierto, como un delgado horizonte, e Isabel se quedó contemplándola sin saber cuánto tardaría en salvarla. «Esto será interminable», pensó.

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