Siempre es complicado reseñar un libro publicado por entregas. Porque, además, en este caso, la historia es continua, es decir, no se producen saltos temporales relevantes (más allá de lo que supone una historia….
Origen: Un libro al día: Solvej Balle: El volumen del tiempo II
Textos
Me levanté enseguida, me vestí y bajé a la recepción. No sabía qué hora era, pero ya habían llegado los periódicos y eran los mismos. Los del día dieciocho. Nuevos e intactos. En el comedor, la cafetera ya estaba en marcha, las mesas preparadas, y el personal andaba repartiendo el pan y los cruasanes en fuentes y cestas. Me sentí, esperando que hubiera alguna variación respecto a los demás días de noviembre, pero no sucedió nada distinto y pronto asistí a la repetición de la mañana. Vi rostros y gestos de sobra conocidos. Vi caer una rebanada de pan al suelo, con tal ligereza que pareció flotar un instante. Era dieciocho otra vez, no cabía duda.
Ya no soy Tara Selter, librera anticuaria con grandes aptitudes para captar los detalles de un libro y elegir las obras que puedan interesar a un coleccionista. No soy Tara Selter trabajando. No adquiero libros para la empresa T. & T. Selter. La Tara Selter encargada de informarse, negociar, considerar ofertas, comprar, cerrar acuerdos u organizar ha desaparecido. Es la Tara Selter librera anticuaria la que ha dejado de existir, una persona que desempeñaba una profesión, con una empresa en fase de desarrollo, en plena expansión, una comerciante con clientes y colegas. La Tara Selter que tenía un futuro se ha esfumado. Esa Tara Selter, con sueños y expectativas, ha quedado fuera de escena, expulsada del mundo, ha caído al abismo, se ha visto desterrada, arrastrada por la corriente de los dieciocho de noviembre, se ha perdido, evaporado, se ha hundido mar adentro.
Escribo sin líneas ni dirección en una pequeña pila de hojas apoyadas sobre una carpeta, a pesar de que el cuaderno de tela sería más manejable en las butacas, en las mesas de los cafés o en los asientos del tren. Aun así, sigo escribiendo, consciente de que mis papeles sueltos quizás representen la última esperanza que aún albergo de que el defecto del tiempo sea pasajero, la esperanza de no llegar a completar el siguiente folio porque el tiempo ha vuelto a ser normal y ya no habrá más dieciochos de noviembre sobre los que contar nada.
Estoy convencida de que seguiré despertándome el dieciocho de noviembre. En un tiempo sin estaciones. Un tiempo sin días de la semana ni meses, sin celebraciones, vacaciones o festivos, sin calendarios ni fechas. Es algo crónico y no hay nada que hacer. Recorro las calles, estoy en noviembre, me he quedado sin estaciones. Adiós, estaciones. Hola, noviembre.
El día empieza con una mañana en blanco. Un despertar súbito. Alcanzo el ordenador para traerlo a la cama, lo enciendo y comienza mi mañana. Todos los días ocurren lo mismo: tecleo el código y mis hallazgos se han esfumado por completo, pero eso no me detiene. Así son las cosas. No puedo guardar documentos ni archivos, no tengo ningún historial de búsquedas, porque todo ello desaparece por la noche.
