Lectura: «La dificultad del fantasma», de Leila Guerriero

Leila Guerriero tras los pasos de Truman Capote en la Costa Brava donde escribió buena parte de su célebre A sangre fría.

Justo después de terminar La llamada, uno de los mejores libros de no ficción de los últimos tiempos, Leila Guerriero se dirigió hacia la Costa Brava tras los pasos de Truman Capote, quien escribió allí gran parte de su célebre A sangre fría.

El resultado es La dificultad del fantasma, obra de agudeza, estructura, estilo y ritmo soberbios que mezcla investigación sobre el terreno, reportaje sobre la manipulación de la memoria, diario de escritura y reflexión sobre el ejercicio de un género literario que, justamente con A sangre fría, Capote pretendió fundar. Género que Leila Guerriero ha llevado a un nivel extraordinario de rigor y excelencia.

(Contraportada)


Textos

El mar Mediterráneo cubre como un velo transparente la cala sobre la que se construyó la casa. Durante casi seis semanas ese paisaje se deslizará, como una contaminación, en lo que piense, en lo que sienta, en lo que escriba. Sin embargo, Capote se mantiene inmune. Nada de este esplendor sobrenatural se refleja en su obra, ni en las cartas que escribió desde aquí, ni en las entrevistas en las que le preguntaron por el proceso de escritura del libro que lo hizo ascender al olimpo y, después, lo arrastró al infierno.


No siempre sucede, pero hay instantes en los que las historias empiezan a transformarse en otra cosa, en los que un periodista debe poner las ideas que tenía acerca de aquello que iba a contar, admitir que ha perdido el control y cambiar de rumbo. Ese instante llegó para Capote cuando vio a los dos hombres esposados ​​descendientes del auto de la policía. La historia dejó de ser la historia de Holcomb y empezó a ser la de los asesinos. Ese viraje lo cambió todo. En el libro y en su vida.


En Nueva York, Capote retomó su rutina: almuerzos con amigas refinadas, fines de semana con los Paley, visitas a los Kennedy. Se compró un Jaguar azul. Viajó a Kansas a ver a Dick y Perry. Siguió esperando la muerte de los dos ocultándoles, a ambos, que la esperaba. «Escribir el libro no me resultó tan difícil como tener que vivir con él. Todo este maldito asunto, día a día y día a día. Fue mortificante, una verdadera fuente de ansiedad, tan desolador, tan anonadante, y… tan triste», dijo después.


Pero aunque la «invención» del género sea discutible, Capote hizo algo único: fue el primer gran autor norteamericano de ficción que se abocó a investigar un hecho real, aplicó para esas técnicas en las que nadie lo había entrenado y señaló como valioso un género que, hasta entonces, se consideraba menor.


Cuando un período de intensa creatividad llega a su fin, se produce un bajón de energía, una sensación de pérdida. La obsesión necesaria para el éxito de la obra se desvanece bruscamente, dejando un vacío. Durante mucho tiempo hubo algo, siempre ahí, siempre distrayendo la mente, exigiendo soluciones a los problemas creativos; luego no hay nada. Capote volvió a sí mismo, a su vida, a quien era. Era un hombre cambiado, quizás, pero también el mismo, con las mismas necesidades, los mismos sentimientos, las mismas inseguridades profundas. Lo que solía hacer, desde su juventud, era escribir para salir del agujero».

Esta entrada fue publicada en El oficio de lector, Lecturas y etiquetada . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario