Dice Bolaño: «Hay historias que nos llevan al borde del vacío y que nos obligan a plantearnos las grandes preguntas». Conocí fugazmente a Bolaño en 1999, mientras paseaba por la Estación Mapocho de Santiago; era entonces un autor que ya estaba encima de la ola del reconocimiento. Me hubiera gustado que me firmara «Estrella distante», su más deslumbrante novela, pero solo tenía a mano «Los detectives salvajes». Horas después, Alfredo Bryce, Balo Sánchez León y yo acudimos a una cena con diez reputados escritores chilenos y, en algún momento, se me antojó decirles a todos que acababa de conocer a Bolaño. Se hizo un silencio gélido; los plumíferos chilenos presentes odiaban a Bolaño. Todos tenían sus motivos con las justificaciones correspondientes, que me dieron en pocas y despectivas palabras. Esta vez fui yo quien permaneció unos minutos en silencio, pero al cabo formulé una de aquellas grandes preguntas: «¿Por qué los escritores tienen tantos enemigos?» Y de pronto recordé la respuesta que Borges solía dar al respecto: «No son enemigos, sino contemporáneos; tan solo contemporáneos».

Fernando Ampuero