Lectura: «El volumen del tiempo I», de Solvej Balle

La escritora danesa Solvej Balle en la sede de la editorial Anagrama en Barcelona el viernes 8 de noviembre.Gianluca Battista

Solvej Balle, una escritora atrapada en el tiempo | Babelia | EL PAÍS

La escritora danesa presenta la primera de sus siete novelas sobre la historia de una librera de viejo que cae en un extraño bucle temporal que la hace vivir siempre en una misma fecha

Origen: Solvej Balle, una escritora atrapada en el tiempo | Babelia | EL PAÍS


Textos

Hay alguien en la casa. Percibo sus movimientos por la habitación de arriba. Oigo cómo se levanta de la cama, baja las escaleras, entra en la cocina… El zumbido de las tuberías mientras llena un hervidor de agua, el sonido metálico al ponerlo sobre el quemador y un chasquido apenas audible del encendedor al prender el fuego. Después se produce un silencio hasta que el agua alcanza su punto de ebullición. Entonces oigo el crujir de hojas de té y papel cuando saca del envoltorio una cucharada y después otra y las echa en la tetera, así como el sonido al verter el agua sobre las hojas de té, ruidos que provienen sin duda de la cocina. Sé que abre el frigorífico porque oigo el choque de la puerta contra la encimera. De nuevo se produce un silencio mientras deja que el té repose, y al poco tiempo me llega el tintineo de una taza y su plato al sacarlos del armario. No puedo oírlo verter el té en la taza, pero sí los pasos que van de la cocina al salón cuando atraviesa la casa con la taza en la mano. Se llama Thomas Selter.


He contado los días. Hoy es mi dieciocho de noviembre # 122. Me he alejado mucho del diecisiete y no sé si algún día veré el diecinueve. Sin embargo, el dieciocho vuelve una y otra vez. Llega poblando la casa de sonidos. Los sonidos de una persona. Se pasea por la casa y ahora se marcha.


Al pensar en ello ahora me resulta chocante que alguien pueda inquietarse tanto ante lo inverosímil, cuando sabemos que toda nuestra existencia descansa sobre hechos extraordinarios e improbables coincidencias. Que si estamos aquí se debe únicamente a dichas rarezas: que haya seres humanos en este que llamamos nuestro planeta, que podamos movernos por una esfera que gira en el espacio sideral lleno de objetos inconcebiblemente grandes con partes tan diminutas que el pensamiento no alcanza a entender cuántas son y cuán pequeñas. Que estos objetos infinitamente pequeños en medio de lo inconcebiblemente grande puedan mantener la unidad. Que nos mantengamos suspendidos. O simplemente que existamos, que cada cual haya venido a la existencia en tanto una sola de esas infinitas posibilidades. Llevamos en nosotros lo impensable todo el tiempo. Ya ha sucedido: somos inverosímiles, procedemos de una nube de increíbles coincidencias. Sería lógico pensar que semejante saber debería representar para nosotros al menos cierto pertrecho a la hora de afrontar lo inverosímil. Pero por lo visto sucede lo contrario. Nos hemos acostumbrado a vivir con ello sin sentir vértigo cada mañana, y en lugar de movernos vacilantes, con precaución, en un asombro continuo, vamos por la vida como si nada hubiera pasado, subestimamos lo extraordinario, y el vértigo solo aparece cuando la existencia se muestra como lo que es: inverosímil, imprevisible, extraordinaria.


Hicimos el amor en el suelo del salón. Siempre hemos tenido necesidad de pasar tiempo juntos. No somos de esas parejas que precisan estar lejos, echarse de menos y redescubrirse, marcharse y volver a encontrarse en un choque de amor. No es la distancia, las despedidas ni el reencuentro lo que nos une. Nuestra tónica ha sido siempre estar juntos, día tras día y noche tras noche, una y otra vez. Entre nosotros surge una conexión, un campo de fuerza que se intensifica según va transcurriendo la jornada, de forma que súbitamente, y por lo general al final de un largo día juntos, nos vemos quitándonos la ropa el uno al otro. En aquel momento, yacíamos en el suelo, sobre la alfombra con dibujos en blanco y negro, mientras fuera seguía lloviendo.

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