Lectura: ‘La más secreta memoria de los hombres’, de Mohamed Mbougar Sarr

El novelista Mohamed Mbougar Sarr posa tras ser galardonado con el Goncourt por ‘La plus secrete memoire des hommes’BERTRAND GUAY (AFP)

Premio Goncourt: Mohamed Mbougar Sarr, joven senegalés devoto de Roberto Bolaño, gana el Goncourt | Cultura | EL PAÍS

‘La más secreta memoria de los hombres’, la ficción sobre la búsqueda de un escritor legendario y olvidado, se alza con el galardón más prestigioso de las letras francesas

Origen: Premio Goncourt: Mohamed Mbougar Sarr, joven senegalés devoto de Roberto Bolaño, gana el Goncourt | Cultura | EL PAÍS


Textos

De un escritor y de su obra, como mínimo, podemos saber lo siguiente: uno y otra caminan juntos por el laberinto más perfecto imaginable, un largo camino circular donde el destino se confunde con el origen: la soledad.


 Un escritor de verdad, había añadido, suscita debates mortales entre los lectores auténticos, que siempre andan en pie de guerra; si no estáis dispuestos a palmarla en la arena por llevaros a rastras el despojo como en el juego del buzkashi, largaos de aquí y moríos en vuestros propios meados tibios que confundís con una cerveza de calidad superior: sois cualquier cosa menos lectores, y menos aún escritores.


Cuando nos hacemos una videollamada, mis padres, uno al lado del otro, sostienen el aparato de tal manera que veo en pantalla la mitad de la cara de cada uno. Así que observo el rostro paterno reunificado. Las señales de su envejecimiento me han estrujado el corazón y me han entrado ganas de cortar la llamada. Pero eso no habría cambiado nada; también sus voces habían envejecido: unas grietas profundas en las paredes del tiempo. Me prometí, como de costumbre, llamarlos con más frecuencia. Aunque sabía que no iba a hacerlo. Seguiría llamándolos raras veces. Mi madre siempre subrayaba, bromeando, mi escaso espíritu familiar. Bromas amargas: iban cargadas de una silenciosa acusación. Mi padre nunca decía nada del tema y con eso estaba todo dicho. Ninguno de ellos se explicaba mis largos períodos de silencio. Sin embargo, a mí la cosa me parecía simple: yo cumplía con el oficio que muchos niños deben llevar a cabo frente a sus padres en un momento de sus vidas: el oficio de la ingratitud.


Ella era mestiza –padre colombiano, madre argelina– y benjamina de una familia de tres hijos. Yo era el mayor de cinco hermanos. Ella era vegana; yo me pirraba por los entrecots poco hechos. Ella votaba comunista; yo compartía piso con un anarca. Ella quería ser una gran reportera; yo solo escritor. Los intercambios febriles de SMS continuaron, sostenidos, a cualquier hora del día. Luego vino la segunda cena (vegana), los primeros pudores, los primeros silencios, las primeras risotadas, quizá las primeras seriedades. El primer beso puede llegar ahí. No fue nuestro caso. Jugamos a hacernos esperar. Llegaron las primeras confesiones. ¿Quién fue el primero en decir te echo de menos? Fui yo. Ella respondió hábilmente: yo también, pero vayamos poco a poco, no aceleremos más que la música. Primer concierto.


–Es difícil decirlo. Tal vez mis lecturas. Pero no sé si eso cuenta. No tengo un relato fundacional potente. No como el de Haruki Murakami, por ejemplo. ¿Sabes el origen fabuloso de su vocación de escritor? ¿No? Está en un partido de béisbol. Una pelota surca el aire con pureza y armonía, Murakami observa la trayectoria perfecta de esa pelota y sabe al verla lo que tiene que hacer, en qué va a convertirse: en un gran escritor. Esa pelota fue su epifanía literaria, su señal. Yo no he tenido pelota. No he tenido ninguna señal. Por eso digo que mi origen como escritor son mis lecturas, creo.


¿Acaso han cambiado las cosas en la actualidad? ¿Acaso hablamos de literatura, de valor estético, o hablamos de gente, de su bronceado, de su voz, de su edad, de su pelo, de su perro, de los pelos que tienen en el coño, de la decoración de su casa, del color de su ropa? ¿Acaso hablamos de escritura o de la identidad, del estilo o de las pantallas mediáticas que dispensan de tenerlo, de la creación literaria o del sensacionalismo de la personalidad?


Entonces ¿cuál es esta patria? Tú la conoces: evidentemente, es la patria de los libros: los libros leídos y amados, los libros leídos y despreciados, los libros que soñamos con escribir, los libros insignificantes que hemos olvidado y que ya no sabemos siquiera si llegamos a abrir alguna vez, los libros que fingimos haber leído, los libros que no leeremos nunca pero de los que no nos separaríamos por nada del mundo, los libros que esperan su hora en una noche paciente, antes del crepúsculo deslumbrante de las lecturas del amanecer. Sí, dije, sí: seré ciudadana de esa patria, seré leal a ese reino, el reino de la biblioteca.

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