Nora Ephron es un género literario en sí misma. Famosa por su mordaz ingenio, por sus acertados y cómicos análisis de la experiencia femenina y por su capacidad para detectar los absurdos de la vida moderna, es una de las escritoras y guionistas neoyorquinas más singulares e influyentes de las últimas décadas.
En este libro, el último que publicó, Ephron hace un divertido repaso de su pasado, de sus mayores fracasos y alegrías, y se lamenta con humor de las vicisitudes cotidianas. Nos habla –entre otras cosas– de lo que recordamos, olvidamos o inventamos al llegar a cierta edad; de su historia de amor con el periodismo; de cómo sobrevivir a un divorcio; de su preocupante relación con la bandeja de entrada de su correo electrónico; de intimidades, pequeñas manías, recetas favoritas, fiestas desastrosas; y de muchas cuestiones que todas las mujeres se preguntan al llegar a una cierta edad pero que raramente se atreven a confesar.
La autora sintetiza lo mejor de su literatura –sinceridad, humor y una sencillez deslumbrante– en No me acuerdo de nada, sin duda una de sus mejores obras.
«Nora Ephron nos dejó en 2012 y, aunque lo intento, no he encontrado a nadie que la reemplace en mis lecturas con dosis similares de lucidez, inteligencia y gracia.»
(Contraportada)
Textos
Vivo en los tiempos de Google, eso es incuestionable. Y tiene sus ventajas. Si te olvidas de algo, puedes sacar el teléfono rápidamente y buscarlo en Google. El momento del lapsus mental ha dado paso al momento Google, y suena mucho más amable, moderno, juvenil y contemporáneo, ¿verdad? Si le pillas el truco al mecanismo de búsqueda casi puedes demostrar que estás al día. Puedes engañarte pensando que ninguna de las personas sentadas a la mesa te considera una abuela. Y encontrar el fragmento que falta es muy rápido. Se acabó la pesadilla del momento del lapsus mental: la larga búsqueda de la respuesta, las conjeturas, las recriminaciones a uno mismo, la perplejidad que te obliga a pellizcarte, chasquear los dedos de frustración. Simplemente vas a Google y lo recuperas.
No puedes recuperar tu vida (a menos que estés en Wikipedia; en ese caso, puedes recuperar una versión inexacta de tu vida).
Mi madre se volvió alcohólica cuando yo tenía quince años. Fue extraño. No era alcohólico, y de la noche a la mañana se había vuelto una borracha perdida. Se bebía una botella de whisky todas las noches. Alrededor de medianoche salía de su dormitorio dando voces y portazos, y nos aterrorizaba a todos. Mi padre también bebía, pero él era un bebedor blando y sentimental, y de cierto modo, su alcoholismo parecía más benigno.
Casi todos los libros de memorias se concibieron inicialmente como novelas, hasta que el agente o el editor dijo: Esto funcionaría mejor como unas memorias.
Mi mayor fracaso fue una obra de teatro que escribí. Recibió lo que se conoce como críticas dispares: es decir, tuvo algunas buenas críticas pero no en el New York Times. Resistió malamente un par de meses y se acabó. Se perdió todo lo invertido. La experiencia me resultó especialmente dolorosa porque era lo mejor que había escrito nunca. Si me paro un momento a pensarlo, me echo a llorar.
Pero un día te cae la rodilla, el hombro, la espalda, la cadera. Se acaban los sofocos; todo se cae. Te salen manchas. El canalillo parece un hueso de melocotón. Si los codos estuvieran colocados hacia delante, te suicidarías. Ha encogido cinco centímetros. Pesas cinco kilos más y no conseguirías perder uno ni aunque te fuera la vida en ello. Las manos ya no funcionan tan bien como antes y no eres capaz de abrir botellas, tarros, envoltorios, sobre todos esos envases que son un molde de plástico rígido. Si te vieras varada en una isla desierta y la comida estuviera envasada en uno de esos moldes de plástico, te morirías de hambre. Tomas tantas pastillas por la mañana que no te queda hueco para desayunar.
