La diferencia más visible entre la literatura comercial y aquella que no lo es no está, en este momento, ni en el ámbito del vocabulario ni en el de los géneros ni en el de las formas narrativas, sino en la importancia dada al autor y a su experiencia personal: la literatura de calidad —que algunos llaman, no sin ironía, “literatura literaria”— subvierte esa figura, que en la literatura comercial es absolutamente central para la rentabilidad del producto y a menudo su única justificación.
