Jean-Baptiste Poquelin, más conocido como Molière, tenía tuberculosis y estaba medio arruinado cuando estrenó su último obra: El enfermo imaginario.
Ficción y realidad se confundieron en la cuarta representación, el 17 de febrero de 1673 en el Palais Royal. Molière actuando de Argán, el personaje principal, tosió sangre y se desplomó en el escenario. «Tengo un frío que me mata» les dijo a los actores que lo trasladaron a su casa donde murió poco después. Tenía 51 años.
Su mujer Armande no pudo encontrar un sacerdote que le diera la extremaunción y murió sin arrepentirse de su profesión de actor, considerada inmoral por la Iglesia. En aquella época no estaba permitido que los actores fueran enterrados en el terreno sagrado de un cementerio. El rey, a pedido de su viuda, accedió a que tenga un funeral normal pero «por la noche, y sin ninguna pompa ni cortejo». Molière fue enterrado en el cementerio de la capilla de Saint Joseph sin una tumba identificable y en la parte reservada a los niños sin bautizar.
Años después sus restos, o lo que se cree que son sus restos, fueron trasladados al cementerio de Père-Lachaise, donde descansa actualmente.
Molière dejó escrito su epitafio con su característica pluma:
«Aquí yace Molière el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace bien».
