Lectura: ‘El invencible verano de Liliana’. Cristina Rivera Garza

La mexicana Cristina Rivera Garza gana el Premio Xavier Villaurrutia 2021

Cristina Rivera Garza gana el Pulitzer con ‘El invencible verano de Liliana’, el libro sobre el feminicidio de su hermana

Origen: Cristina Rivera Garza gana el Pulitzer con ‘El invencible verano de Liliana’, el libro sobre el feminicidio de su hermana


Textos

Mi padre se adueña del azadón y, a sus 84 años, se dedica a quitar toda la maleza concienzudamente, inclinándose para arrancar la hierba más testaruda o para deshacer los terrones con las manos cuando nada más parece funcionar. Resopla. Hace pausas. Suda copiosamente. Y, mientras se agacha sobre la tierra y llora con discreción, siempre en silencio, me pregunto cuántas veces al día se acuerda de Liliana, de la cantidad de dinero que le exigieron en la Procuraduría hace ya casi tres décadas para continuar con la investigación del feminicidio de Liliana. La mordida de rigor. Cuántas veces al día o al año se reprocha el no haber tenido los fondos suficientes. Cuántas veces retumban en sus orejas las palabras soeces, las palabras crudas, las palabras bestias de fauces abiertas con que los comandantes y agentes se refirieron al cuerpo de Liliana. A la vida de Liliana. A la muerte de Liliana. ¿Cuántas veces al día murmura la palabra justicia?


Las chicas van juntas al baño y se intercambian secretos. Una risilla tonta, del todo compartido, las persigue como una inquieta nube de luciérnagas por donde quiera que pase. Ahí van, todas juntas, con sus uniformes de tartán y, durante el fin de semana, con los pantalones de mezclilla y camisetas entalladas que dejan ver el ligero abultamiento de los senos. Todavía usan calcetas blancas y zapatos bajos con suelas de gomina. El cabello largo, ajustado con ligas de colores, se organiza en rígidas colas de caballo. Todavía no se pintan las uñas ni usan delineador, pero de un momento a otro dejarán de correr por los patios de la escuela sin ton ni son. Pronto les enseñarán a comportarse con propiedad. Pronto, las adoctrinarán en los modos de la decencia. Pronto podrán describirse a sí mismas como femeninas. Mientras tanto se observan entre ellas con todo cuidado, se miden, se tantean, se traicionan. No hay crítica más vitriólica que la que sale de sus labios. Y se quieren también; No, se adoran. Tal vez no existan en el mundo cartas de amor más ardientes que las que se hacen llegar, ya por correo o ya en persona, las adolescentes. Una buena parte del archivo de Liliana está compuesta por las cartas de sus amigas. No solo son las más numerosas, sino también las que están escritas con mayor cuidado. Una carta de una amiga no solo era un pedazo de papel tachonado por letras: el medio era tan importante como el mensaje y, por eso, cada misiva iba decorada con bordes de colores, diamantina, calcomanías, entre las que predominaba la figura de Kitty. , tintas distintas, letras muchas veces ensayadas, y hasta flores o hierbas secas. Más que una carta, una pequeña muestra de arte postal. En una sociedad en la que los teléfonos fijos todavía eran un objeto de lujo, que los padres resguardaban además con celo, comunicarse a través de bocinas bien vigiladas no era seguro. Los telegramas estaban absolutamente fuera de su consideración. Pero escribir cartas era sencillo: bastaba con apartar un par de hojas en un cuaderno, o buscar, si el caso lo ameritaba, una buena hoja de papel algodón o de papel de colores con márgenes estilizados, y encontrar un sobre. Si no se contaba con el sobre, bastaba también con doblar el papel elegido en alguna forma única para después sellarlo con cinta adhesiva o una calcomanía vistosa. Luego, había que entregar la carta personalmente a su destino, de mano a mano, al salir de clases; o bastaba, también, dejarla como al descuido dentro de su mochila o entre las hojas de algún libro para que ella la encontrara más tarde. Como Liliana viajaba seguido a la frontera, donde convivía con primos y amigos hacía que después cuidaba celosamente, sus cartas no solo eran locales, sino que se desplazaban, con todo y sus estampillas y sus sellos de color morado y sus bordes tricolores —verde, rojo y blanco; o azul, rojo y blanco—por todo el territorio nacional.


En un país en que la violencia contra las mujeres iba alarmantemente en aumento, invadió una noche a la vivienda de mi hermana en Azcapotzalco, le colocó una almohada sobre la cara, y le quitó la vida. Muerte por sofocación. Pero su trabajo, el trabajo soterrado y constante de la violencia, había iniciado muchos años atrás, cuando mi hermana era apenas una adolescente. Y Liliana, valiente y amorosa, intentó por todos los medios lo que tantas mujeres en su lugar han hecho: se le opuso, trató de escaparse, la negó, se acopló a ella, se le resistió, la desactivó, negoció con ella, hizo todo lo posible y lo imaginable hasta que, apenas un poco tiempo, antes del feminicidio que le quitó la vida, se fue de él. Se fue de Ángel. Emocionalmente. Físicamente.


Alguien espía su arribo a través de la ventana. Alguien no puede hacer nada cuando los niños de la cuadra se adelantan, abalanzándose contra el vehículo todavía en marcha, para gritar a todo pulmón, con una algarabía horrísona, está muerta, Liliana está muerta, cuando abren las puertas del auto. Sus rostros son de incredulidad primero, luego de molestia. ¿De dónde han salido tantos niños? ¿Qué hacen todos ellos como moscas alrededor del auto? Pero cuando se abre la puerta de la casa, y me ven, y los veo verme, sé que todo es imposible. Tengo que decirles lo que no puedo decir. Dime que no es cierto, dicen los ojos. Pero lo que alcanza a decir la boca es: ¿Qué haces aquí? Tú no deberías estar aquí. Alguien dice: Liliana ya no está con nosotros. El hacha; las rodillas. La gravedad. El peso del cuerpo. El grito sale de su estómago y de su laringe y de su paladar. El grito sobrevuela los libreros, la mesa del comedor, la estufa. El grito abre la puerta de la casa, cruza la calle y, pronto, atrae la presencia de hermanas y tíos y primas y vecinos. El grito nos une. Estamos juntos todavía en ese grito.


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