Aunque el camino gire al fin
hacia la puerta ordinaria de la muerte,
y golpeemos en ella, listos
para entrar y se abra
con facilidad ante nosotros,
todo ese largo viaje
lo habremos hecho encadenados,
nutridos con las manzanas del conocimiento
agrias y plagadas de larvas.
Probamos otros alimentos que la vida,
como una granjera caritativa,
nos ofrece al pasar-
pero nuestras bocas están crispadas,
nuestras lenguas sucias de ceniza.
No es que hayamos perdido la alegría-
el fuego salvaje arde
en la oscuridad y brilla cuanto quiere.
Lo que perdimos
es la común felicidad,
el pan sencillo que podríamos comer
con la antigua manzana del conocimiento.
Esa cosa antigua -que a veces nos apretaba,
pero que era segura, ácida,
deliciosa a veces…
La cenicienta manzana de estos días
brotó de un suelo envenenado. Somos prisioneros
y debemos comer
nuestra ración. Encadenados a lo largo
del camino, aunque, después de todo,
lleguemos ante la puerta ordinaria de la muerte, mientras el tiempo
sonríe con su ordinaria sonrisa
de antaño.
