Nada hay más difícil en la literatura que representar una realidad común y actual: sólo los mejores han tenido éxito en esa tarea. Si se trata de novelas, enseguida pensamos en Flaubert o en las primeras escenas del Ulises de Joyce; si de relatos, en Chéjov, por supuesto, y de nuevo en Joyce y sus Dublineses. Esos escritores maravillosos no escriben sobre la realidad: su obra es la realidad en sí misma. Al leerlos, nos olvidamos de que estamos ante una versión muy elaborada y mediatizada del mundo. Emma Bovary moribunda, Leopold Bloom llevándole el desayuno a la cama a su mujer, la señora del perrito que se enamora y se desenamora y vuelve a enamorarse, Gabriel Conroy contemplando los níveos restos de su matrimonio y de sí mismo… todas esas escenas. nos llegan con la fuerza de una vida realmente vivida, inmediata, tangible, prosaica y sublime a la vez.

John Banville