Tras asistir a la ejecución de las alondras has descendido aún hasta encontrar tu rostro
dividido entre el agua y la profundidad.
Te has inclinado sobre tu propia belleza y con tus dedos ágiles acaricias la piel de la mentira:
ah tempestad de oro en tus oídos, mástiles en tu alma, profecías…
Mas las hormigas se dirigen hacia tus llagas y allí procrean sin descanso
y hay azufre en las tazas donde debiera hervir la misericordia.
Es esbelta la sombra, es hermoso el abismo:
ten cuidado, hijo mío, con ciertas alas que rozan tu corazón.
