El invierno de las lectoras. Roberto Bolaño


Durante el invierno pareciera que sólo ellas tienen el valor suficiente
para asomarse a las calles heladas. Las veo en los bares de Blanes o en la
estación o sentadas a lo largo del Paseo Marítimo, solas o con sus hijos o
con alguna amiga silenciosa, y en sus manos siempre descubro un libro
¿Qué leen estas mujeres?, se preguntaba Enrique Vila-Matas hace unos
años. Lo que pueden. No siempre buena literatura (¿pero qué es la buena
literatura?), a veces revistas, a veces los peores best sellers. Cuando las veo
caminar, abrigadas, los rostros enrojecidos por el viento frío, pienso en las
rusas que hicieron la revolución y que soportaron el estalinismo, que fue
peor que el invierno, y el fascismo, que fue peor que el infierno, y siempre
estuvieron acompañadas por un libro, cuando lo lógico hubiera sido
suicidarse. De hecho, muchas de esas lectoras del invierno acabaron
suicidándose. Pero no todas. Hace unos días leí que Nadeshda Jakovlevna
Jhazina, lectora excepcional, autora de dos libros de memorias, uno de ellos
llamado Contra toda esperanza, y mujer del poeta asesinado Osip
Mandelstam, participó, según su más reciente biografía, en relaciones
triangulares en compañía de su marido y que la noticia había causado
estupor y decepción en las filas de sus admiradores, que la tenían por una
santa. A mí, por el contrario, me hizo feliz saberlo. Supe que en medio del
invierno Nadeshda y Osip no se congelaron y me confirmó que al menos
intentaron leer todos los libros. Las santas lectoras del invierno son mujeres
de carne y hueso y no les falta audacia. Algunas, es cierto, se suicidaron.
Otras remontaron la infamia y volvieron a abrir sus libros, los libros
misteriosos que leen las mujeres cuando hace frío y pareciera que el
invierno no se va a acabar nunca.

Roberto Bolaño
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