
«Canción dulce», de Leïla Slimani: la novela que desvela a los padres
Es la historia de una niñera que mata a los dos chicos que cuida. El libro ganó el Premio Goncourt, en 2016. Su autora es una de las voces más prometedoras de la narrativa francesa.
Origen: «Canción dulce», de Leïla Slimani: la novela que desvela a los padres
Textos
El bebé ha muerto. Bastaron unos pocos segundos. El médico aseguró que no había sufrido. Lo tendieron en una funda gris y cerraron la cremallera sobre el cuerpo desarticulado que flotaba entre los juguetes. La niña, en cambio, seguía viva cuando llegaron los del servicio de emergencias. Se debatió como una fiera. Había huellas de forcejeo, fragmentos de piel en sus uñitas blandas. En la ambulancia que la conducía al hospital se agitaba, presa de convulsiones. Con los ojos desorbitados, parecía buscar aire. La garganta la tenía llena de sangre. Los pulmones, perforados, y se había dado un fuerte golpe en la cabeza contra la cómoda azul.
Cuando la niña está en el colegio, Louise sujeta a Adam a su cuerpo con un fular grande. Le gusta sentir sus muslos rellenitos sobre su vientre, la baba que se desliza por su cuello mientras duerme. Canta todo el día para este bebé, se emociona ante su pereza. Le da masajes, se enorgullece de lo rollizo que está, de sus mofletes sonrosados. Por la mañana, el bebé la recibe con gorjeos, echándole los bracitos. Durante las semanas siguientes a su llegada, Adam dio sus primeros pasos. Antes lloraba todas las noches, ahora duerme con un sueño apacible hasta la mañana.
Mila también siente miedo. Durante un instante, se cree que se ha marchado de verdad, los ha abandonado en esta casa sobre la que caerá la noche, están solos y ella no regresará. La angustia se vuelve insoportable, y Mila suplica a la niñera. Dice: «Louise, este juego ya no es divertido. ¿Dónde estás?». La cría se pone nerviosa, golpea el suelo con los pies. Louise espera. Los observa como quien estudia la agonía de un pez recién capturado, con las agallas ensangrentadas, el cuerpo presa de convulsiones. Un pez que colea sobre el suelo del barco, chupando el aire con la boca agotada, un pez sin oportunidad alguna de salvarse.
Ese día, después de la siesta, abrió las persianas. Y fue entonces cuando lo oyó. La mayoría de la gente vive sin haber oído nunca unos gritos así. Son de los que se lanzan en la guerra, en las trincheras, en otros mundos, en otros continentes. No son gritos de aquí. Duró al menos diez minutos ese grito, que brotó de un tirón, sin aliento y sin palabras. Ese grito que se volvía ronco, se llenaba de sangre, de mocos, de rabia. «Un médico», fue lo único que acabó articulando. No pidió ayuda, no dijo «Socorro», sino que repitió, en los escasos momentos en que recuperaba la conciencia: «Un médico».
