Antonio Muñoz Molina. Fragmento de su «Discurso de ingreso en la RAE». 1996

Antonio Machado, que se pasó tantos años postergando la conclusión de su discurso de ingreso en la Academia, causó baja en ella y en la vida el 22 de febrero de 1939. En 1956, Max Aub, en su exilio de México, imaginó con menos sarcasmo que melancolía la ceremonia de su toma de posesión como académico, redactando un discurso que se titulaba «El teatro español sacado a la luz de las tinieblas de nuestro tiempo», y al que habría respondido otro académico tan imaginario como él, su amigo Juan Chabás, quien además en la fecha supuesta del discurso ya había muerto. En la Academia en la que Max Aub imaginó que ingresaba en diciembre de 1956 faltaba Antonio Machado, que no habría muerto en el invierno atroz de 1939, sino mucho después, serena y dignamente, en un futuro falso, pero muy razonable, tal vez a principios de los años cincuenta, después de haber sido director del Teatro Nacional. Un discurso no terminado nunca se corresponde con otro concluido, pero sólo en la imaginación.

En la academia de Max Aub se sientan escritores que pertenecían de verdad a ella y otros que pudieron ser académicos pero no lo fueron, y también otros que tardarían muchos años aún en ingresar, con lo cual la ficción casi se convierte en profecía. Miguel Delibes, que es académico desde 1973, lo era ya para Aub desde 1954. En la España de 1952 pocas cosas había tan imposibles como que Francisco Ayala ocupara un sillón académico. Pero el que le asignó Aub acabaría siendo suyo en 1983, de modo que lo que parecía invención arbitraria resultó ser una verdad antes de tiempo.

El tiempo, que según Chaplin es el mejor autor, porque encuentra siempre el final adecuado, vuelve verdaderos algunos vaticinios e iguala en la muerte al académico que no llegó a tomar posesión y al que nunca fue elegido, y sus dos discursos, el no concluido y el imaginario, han sido igualados en la literatura: desde ella nos hablan las voces de Max Aub y de Antonio Machado, y también en ella, en la gran fraternidad de las palabras escritas, se unen por derecho propio a la corporación fantástica de los escritores del pasado que siguen contando en el presente y lo influyen y lo modifican con el influjo secreto y poderoso de sus palabras.

Antonio Muñoz Molina
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