El aprecio por un cuadro de Bill Wechsler lleva al historiador de arte Leo Hertzberg a querer conocer a su autor. Una profunda amistad, basada por igual en afinidades y contrastes, los unirá desde entonces, e incluirá asimismo a sus familia. A lo largo de los años tres mujeres orbitan en su universo: Erica, la hermosa profesora casada con Leo, y las dos esposas del pintor. La primera Lucille, es una hermética y perfeccionista poeta; la segunda, Violet, antigua modelo, se dedica a la investigación psicológica. Pero cuando una muerte trágica sacude inesperadamente el mundo de estos personajes, entre ellos surge un nuevo orden, bajo el que late un oscuro engaño que acabará por erigirse en una amenaza de imprevisibles consecuencias. En esta ocasión la autora muestra su exquisita sensibilidad, su agudeza analítica y su maestría literaria en un apasionante estudio sobre las relaciones humanas y el proceso de la creación artística
(Contraportada)
Textos
«Allí, tumbada en el suelo del estudio —decía Violet en la cuarta misiva—, me dediqué a observarte mientras me pintabas. Me fijé en tus brazos y en tus hombros, y especialmente en tus manos mientras trabajabas en el lienzo. Hubiera querido que te volvieras hacia mí y te aproximaras y me frotaras la piel igual que frotabas la pintura. Quería que me oprimieras la carne con el pulgar del mismo modo que hacías con el cuadro, y pensé que si no me tocabas me volvería loca, pero ni me volví loca ni tú me tocaste una sola vez. Ni siquiera me estrechaste la mano.»
Supongo que todos somos producto del gozo y el sufrimiento de nuestros padres. Sus emociones permanecen grabadas en nosotros del mismo modo que la huella de sus genes.
La personas obnubiladas por el amor a menudo parecen ridículas a los ojos de otros; sus interminables arrullos, caricias y besos pueden resultar intolerables para otros amigos que ya han superado esa etapa. Bill y Violet, sin embargo, nunca hacían que me sintiera violento. A pesar de la evidente pasión que experimentaban el uno por el otro, jugaban a controlarse y procuraban reprimirse cuando Erica o yo estábamos en la habitación, y ahora creo que esa tensión común que creaban era precisamente lo que más me gustaba. Siempre pensé que se hallaban conectados por un cable invisible y hasta tal punto tenso que amenazaba con romperse.
Durante el año que siguió a la muerte de Bill noté que me sentía continuamente desorientado: o bien no sabía lo que estaba viendo en un momento determinado, o bien no sabía cómo interpretar lo que veía, y aquellas experiencias han dejado en mí vestigios que hoy me producen un estado de inquietud casi perpetuo. Aunque hay ocasiones en que se desvanece por completo, por lo general puedo sentir su presencia acechante bajo las actividades ordinarias del día, como una sombra interior arrojada por el recuerdo de haberme sentido completamente perdido en otro tiempo.
Siempre que muere un artista, su obra comienza lentamente a reemplazar a su cuerpo, convirtiéndose así en su sustituto corpóreo en este mundo. Se trata de un proceso, supongo, inevitable. Al pasar de una generación a otra, ciertos objetos de utilidad, tales como sillas o platos, pueden parecer temporalmente infundidos del espíritu de sus antiguos dueños, pero esa condición sucumbe con bastante rapidez a sus funciones pragmáticas. El arte, por su inutilidad intrínseca, se resiste a verse incorporado a la cotidianidad, y cuando es mínimamente potente parece alentar con la vida de la persona que lo creó.
Las historias que relatamos sobre nosotros mismos sólo pueden narrarse en pasado. El pasado se remonta hacia atrás desde donde ahora nos encontramos, y ya no somos actores de la historia sino espectadores que se han decidido a hablar. En ocasiones, el rastro que dejamos se ve señalado por guijarros como los que Hansel dejaba a su paso. En otras, el rastro desaparece porque los pájaros han descendido al alba y han devorado todas las migajas. La historia vuela sobre las lagunas, rellenándolas con las hipotaxis de un «y» o un «y entonces». Yo mismo lo he hecho en estas páginas para no salirme de un camino que sé interrumpido por baches superficiales y varios pozos más profundos. Escribir es un modo de localizar mi hambre, y el hambre no es sino un vacío.
Lo mejor que ha escrito, a mi juicio!!!