Yo, personalmente, estoy demasiado ocupado como para preocuparme de los lectores. No tengo tiempo para pararme a pensar quién me estará leyendo. No me interesa la opinión del fulano de turno sobre mi trabajo o el de cualquier otro. Lo que tengo que hacer es alcanzar el nivel que yo mismo me exijo, llegar a un punto en que el trabajo me proporcione el mismo placer que leer La tentación de San Antonio o el Antiguo Testamento, libros que me hacen sentirme bien.

(«The Paris Review». Entrevistas 1953-1983)