Los lugares en los que nacemos siempre regresan a nosotros. Se disfrazan de migrañas, de dolores de estómago, de insomnio. Son ese despertar repentino en que nos asalta la sensación de estar cayendo, en que buscamos a manotazos la lámpara de la mesita de noche, convencidos de que todo lo que hemos construido ha desaparecido mientras dormíamos. Para los lugares en los que nacemos nos convertimos en extraños. Ellos no nos reconocen, pero nosotros a ellos, siempre. Los llevamos en la sangre; los hemos mamado. Si nos volvieran del revés, veríamos que portamos mapas grabados en la cara interna de la piel para poder encontrar el camino de vuelta a casa. Sin embargo, en la cara interna de mi piel, no llevo grabados ni canales, ni vías de tren ni barcos, sólo te llevo grabada a ti.

(Inicio de su novela Bajo la superficie)
Tiene razón, mi padre cuando se escapa (tiene demencia), siempre va camino del pueblo que le vio nacer.