Las novelas —como la vida— se leen desde el primer capítulo hasta al último, pero se escriben siempre desde el final —también como la vida, que solo adquiere sentido una vez vivida—.
Desde que me recuerdo, estaba escribiendo. Nunca «descubrí mi vocación» ni «elegí» ser escritor, no hizo falta: jamás concebí otra posibilidad.
Es la misma pregunta que me hago al escribir: ¿busco algo o huyo de algo? Quizá se escribe siempre un palimpsesto, para borrar otra escritura anterior, las huellas del pasado, aquello que nos persigue en la oscuridad y de lo que intentamos alejarnos. Quizá la respuesta solo se encuentre al desembocar en el silencio del mar oscuro y profundo, donde ya no la podré oír por debajo del agua.
Los meses empleados en leer a Proust ponen a tu alcance un placer desconocido e inalcanzable para el lector de Pérez-Reverte.
