Muy poca cosa tienes:
la mesa y unos cuantos libros
la añoranza de ella, que está lejos
y tampoco la olvidas,
y este silencio, denso
de palabras no dichas.
Si escribes ahora, al amparo
de tanta melancolía,
te perderás por los caminos
de una tristeza benigna,
la voz se te volverá
miedosa y enfermiza
y a cada palabra creerás
que pierdes un trozo de vida.
Déjalo todo. En la calle
hace una tarde tranquila.
Camina. Está la gente
para hacerte compañía.
No te resistas a ninguno
de los horizontes que te llaman.
Cuando regreses, todo será
más sensato y digno.
No habrás olvidado nada
—no es más libre el que olvida—,
pero tendrás las manos
llenas de luz fresquísima.
