Siendo estudiante universitario fui una vez a una librería en Cambridge y encontré una copia de Ficciones, de Jorge Luis Borges. Era la única copia disponible en inglés. Levanté el libro de la mesa y después de una hora seguía leyendo allí de pie, no podía parar de leer. Fue como si alguien hubiera abierto unas puertas mágicas en mi mente y pude visitar lugares adonde no pensaba que fuera posible ir. De repente el vendedor se acercó y me preguntó: «¿Va a comprar el libro?». En realidad estaba pensando en robarlo pero lo compré. Si tienes suerte, a veces los libros abren puertas mágicas en tu mente y te llevan a lugares nuevos. Borges pudo hacer eso conmigo porque su voz sólo le pertenecía a él, a nadie más. Era una voz única, distinta, poderosa y sorprendente, que es lo que queremos de nuestros escritores. Queremos que sean ellos mismos y no los sirvientes de alguien más. Eso es la forma. Después el autor puede tener en cuenta o no la opinión de los lectores sobre si es bueno, acertado y respetuoso o no. Pero la tarea del autor es intentar decir lo que tiene que decir de la mejor manera posible. Eso es lo que al final les ofrece a los lectores; todo lo demás depende de ellos.
