Y la ciudad se alza helada.
Bajo el vidrio: los árboles, los muros, la nieve.
Por los cristales piso cautelosa.
¡Qué inseguro corre el trineo decorado!
Sobre el Pedro de Vorónezh: cuervos
y álamos, y una bóveda verde claro,
difuminada, enturbiada por las motas de sol.
La batalla de Kulikovo rezuma de las pendientes
de la tierra poderosa, victoriosa.
Los álamos, cual copas inclinadas,
sobre nosotros tintinearán con fuerza
como si por nuestro júbilo bebieran
miles de invitados en el banquete nupcial.
Mientras, en el cuarto del poeta caído en desgracia,
el miedo y la musa velan por turnos.
Y la noche avanza,
una noche que no conoce amanecer.
