Esa gente, esos personajes, ¿están sacados de la vida? ¿Se basan, físicamente y en lo demás, en personas reales? Sus actos y algo de lo que dicen o los rasgos de su habla, ¿se extraen de la vida? Creo que ustedes saben -aunque entre los escritores siempre existe cierta susceptibilidad al respecto, como si inspirarse en la vida, admitirlo, fuese una renuncia al arte- que, por supuesto, muchos o la mayoría de los personajes de ficción están tomados de la vida, o al menos en buena medida. Bastaría una somera investigación para zanjar cualquier duda.
Saul Bellow reconocía que sus personajes se basaban en personas reales, pero que él siempre añadía algo. Les daba un poco más de chispa, decía. En un ejemplar de un libro que Colum McCann firmó para una subasta de primeras ediciones, junto al descargo de responsabilidad donde se declara que el libro es una obra de ficción, que los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor, o están tratados de manera ficticia, y que cualquier parecido con sucesos, escenarios o personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia, junto a todo esto McCann escribió simplemente: «Chorradas.»
Los escritores siempre han tomado lo que necesitaban de la realidad y a veces más de lo que necesitaban. Las circunstancias determinan las consecuencias. Hay quien considera un halago aparecer en un libro, dependiendo del retrato, claro. Hay quien se ofende o se siente ultrajado por ver una presunta versión de sí mismo expuesta al público, grandes figuras políticas aparte. Satirizar es algo lícito.

Un maestro. Leí una vez que muchas de las personas en las que se basó Proust, en “La recherche”, fueron identificadas con bastante facilidad.