No sabía dónde hallar la fuerza necesaria para organizar mi día en torno a un texto. Antes, cuando estaba inmerso en la escritura, con el texto me quedaba dormido y con el texto me despertaba. Me enamoraba de mis heroínas y envidiaba a mis héroes que podían acostarse a su lado. Los reprendía. Pero serás tonto, les decía cuando dudaban de una u otra cosa. Con mis heroínas era insaciable. Las veía delante de mí, a mi lado, enfrente, detrás. Sabía lo que llevaban puesto, lo que leían, qué les gustaba a los hombres y qué a las mujeres, sabía cuándo hacían el amor por primera vez y cómo se sentían —por regla general mal— y cuando ellas se acostaban con un hombre, yo también me recostaba a su lado. Lo peor era cuando empezaban los celos. Qué le dijiste y qué te dijo, a eso llamas baile, dónde estuviste, qué piensas, te llamé y no respondiste…
