Si el logro de un poema estuviese garantizado por el mero seguimiento de unas reglas, no se tendría a los poemas en la alta estima que se les tiene. Y serían muchas las personas a las que le resultaría fácil escribir poemas, algo que, naturalmente, no ocurre. Y es que los poemas más valiosos son justo los que, deliberada o inconscientemente, rompen las reglas: aquellos poemas cuya urgencia hace que las reglas resulten irrelevantes.
