Cuando, durante mucho tiempo, sin apartar la vista, te quedas mirando el cielo profundo, no se sabe porqué los pensamientos y el alma confluyen en una sola percepción de la soledad. Comienzas a sentirte irremediablemente solo y todo lo que antes considerabas cercano y entrañable, se transforma en algo lejano e inestimable. Cuando te quedas a solas, observas las estrellas que nos miran desde el cielo hace miles de años, indiferentes a la breve vida del hombre, y tratas de descifrar su sentido, entonces sientes que agobian tu alma con su silencio. En ese momento sobreviene a la mente la idea de aquella soledad que nos espera a cada uno de nosotros en la tumba, y el sentido de la vida se nos presenta como algo desesperado, horrible…
Egorúshka pensó en la abuela que ahora dormía en el cementerio, debajo de los cerezos; la recordó en el ataúd, con las monedas de cobre sobre los ojos, cómo la cubrieron con la tapa y la bajaron a la tumba; recordó también el ruido sordo de los terrones que caían sobre la tapa… imaginó a la abuela en el angosto y oscuro ataúd, abandonada por todos y desamparada. Creía entrever que la abuela se despertaba de pronto y, sin entender dónde estaba, empezaba a dar golpes en la tapa, a pedir auxilio hasta que, finalmente, agotada de horror, se moría otra vez. Imaginó ver muertos a su mamá, al padre Cristóforo, a la condesa Dranitskaia, a Salomón. Pero lo que no podía lograr, aunque quisiera, era imaginarse a sí mismo en la tumba oscura, lejos de casa, abandonado, impotente y muerto. No podía concebir la posibilidad personal de morir y sentía que jamás moriría…

Antón Chéjov. La estepa.