No puedo ser historiador de Cracovia, aunque me interesan las personas y las ideas, los árboles y los mundos, la cobardía y el valor, la libertad y la lluvia. Las ideas también, porque las ideas se pegan a nuestra piel y van cambiándonos sin que nos percatemos. El espíritu del tiempo esculpe nuestros pensamientos y se ríe de nuestros sueños. Me interesan las paredes de las casas, los muros; el lugar en que vivimos no es indiferente en la conformación de nuestra existencia. Los paisajes entran en nuestro interior, dejan huellas no solo en nuestra retina, sino también en las capas profundas de nuestra personalidad, los instantes en que, tras un chaparrón, se revela de pronto el gris celeste del cielo permanecen en nosotros, igual que los instantes en que cae en silencio la nieve. Y puede que incluso las ideas se unan con la nieve a través de nuestro espíritu y nuestro cuerpo. Y con los muros de las casas. Y después desaparecen casas y cuerpos y espíritus e ideas. Pero yo no puedo ser historiador de Cracovia; tan sólo puedo intentar volver a algunos momentos, a algunos lugares, acontecimientos; a unas cuantas personas que amaba y admiraba, y a algunas que no soportaba.

Adam Zagajewski. En la belleza ajena