Escribo con una extraña tristeza, siervo de un sofoco intelectual que me llega de la perfección de la tarde. Este cielo de un azul precioso, derivando hacia tonos rosados claros bajo una brisa igual y blanda, me da a la consciencia de mí mismo ganas de gritarme. Al final estoy escribiendo para huir y refugiarme. Evito los idilios. Me olvido de las expresiones exactas y ellas se me abrillantan en el acto físico de escribir, como si la misma penas las produjera.
De lo que he pensado, de lo que he sentido, sólo sobrevive unas ganas inútiles de llorar.

Fernando Pessoa