Leía mucho. Un día —no recuerdo la fecha ni tampoco qué estaba leyendo, si algo de Bruno Schulz o de Marcel Proust— tuve una revelación que lo cambió todo. Descubrí (les ruego que no se rían) la existencia del universo espiritual que los grandes escritores intentan describir. Vi que además de la realidad empírica, trivial, existe el reino de la imaginación que, en el fondo, es el mundo palpable, visible y oliente enriquecido con innumerables huestes de sombras y espíritus. No entendía de qué manera estaban unidas y mantenían estrechos vínculos aquellas dos regiones, pero estaba persuadido de que la coexistencia de su identidad y su diversidad era algo tan misterioso y esencial como el estatus ontológico de la Santísima Trinidad.
Adam Zagajewski