Un joven Felipe de trece años, flequillo desfilado, pantalón corto y ojos vivarachos, decidió hacerse escritor. Su padre había heredado la casa de unos parientes y allí, en un viejo despacho, llegaba cada tarde y, a escondidas se ponía a fumar con el pretexto de escribir una novela. Era ya entonces un niño lector, al que su padre, que fue alcalde de Rota, empezaba a traer libros desde Madrid cuando viajaba por motivos de trabajo, casi siempre de poesía, cumpliendo diligente sus encargos: Rimbaud y Baudelaire, Lorca y Vallejo, Gil de Biedma, Salinas, con los que empezó a formar una pequeña y selecta biblioteca. De aquellos libros, muchos víctimas de mudanzas y de expurgos, conserva todavía una vieja edición de Walt Whitman, Hojas de hierba, y otra de Castellet, Nueve novísimos, editada en Barral. […]
Origen: La biblioteca de Benítez Reyes | Revista leer
