Lectura: «Siempre supe que volvería a verte Aurora Lee», de Eduardo Lago

Esta nueva editorial ha apostado -y hay que aplaudirlo- por un escritor de calidad contrastada y ajeno a cualquier concesión comercial. Eduardo Lago (Madrid, 1954) no escoge historias triviales o reconocibles. Como Enrique Vila-Matas, con quien le unen ciertas afinidades, Lago escribe empapado en literatura, contempla el mundo more litterario y la literatura es el esqueleto, el principio y el fin de sus relatos. En «Llámame Brooklyn» (2006), un periodista llamado Néstor intentaba reconstruir una novela titulada Brooklyn que su amigo Ackerman había dejado inacabada al morir. Contaba para ello con apuntes, fragmentos incompletos, testimonios de amigos del autor y multitud de datos pocos seguros. En «Ladrón de mapas» (2008), Sophie descubre ciertos relatos anónimos, muchos de ellos referidos a obras literarias, y cree reconocer tras ellos al hombre con quien se relacionó años atrás. En ambos casos, el punto de partida es una escritura incompleta o con enigmas que obliga a indagar, introduciéndose de este modo en el meollo de la creación literaria, de su estructura, de su posible relación con la realidad y su valor testimonial.

Más decididamente, en esta nueva narración la literatura es un elemento omnipresente. De nuevo se trata de escrutar un texto incompleto y repleto de incertidumbres, pero en esta ocasión se trata de una obra real: la novela que Nabokov dejó inconclusa al morir, en 1977, titulada «The Original of Laura», y que el hijo del escritor, contraviniendo los deseos de éste, acabó por publicar en 2009. El narrador, que acaba de abandonar el periodismo, se siente fascinado por el texto -en realidad, un conjunto de 138 fichas, muchas de ellas esquemáticas o incomprensibles- y busca un “negro” o “escritor fantasma” («ghostwriter», como en la novela de Philip Roth) para que le ayude a “desentrañar la matriz” de la novela -en suma, aclararla e interpretarla-, lo que, como en las obras anteriores de Lago, constituye una indagación sobre un texto literario.

eduardo-lago-siempre-supe-que-volveria-a-verte-aurora-leeEste narrador principal se hace llamar Benjamin Hallux (es decir, ‘dedo gordo del pie’), aunque su verdadero nombre es David Mitchell (curiosamente, el de un novelista británico, autor, entre otras, de la novela «Ghostwritten» [1999], que, con sus historias entremezcladas y sus nueve narradores, hace pensar en Lago, en Aurora Lee y también en «Ladrón de mapas»). El “negro” que debe desentrañar la obra de Nabokov es Stanley Marlowe, apellido escogido no se sabe si como homenaje al personaje de Chandler o al “Marlow” que aparece en varios relatos de Conrad. Marlowe desdeña la literatura comercial; revisa algunos de “los títulos estelares escritos con la ayuda de algunos escritores fantasma” (p. 20) y los arroja despectivamente porque no tienen “nada de valor”. En este curioso escrutinio de sabor cervantino figuran algunos títulos que, pese a su leve deformación, son fácilmente reconocibles: «El tiempo sin pespuntes», «La sombra del huracán» o «Un templo en el fondo del mar», junto a otros extranjeros, como «Los pilares del universo» y «El pijama de Auschwitz». Marlowe comenta: “Todo eso no es más que basura […] Una engañifa, pero es lo que se vende, y a la gente le gusta”.

Los primeros análisis de la novela de Nabokov revelan la existencia de dos historias y de dos relatos -o quizá más- embutidos uno en el otro, como resume Hallux: “Nabokov redacta unas fichas en las que aparece un escritor llamado Wild que redacta unas fichas en las que aparece un tercer escritor que toma notas acerca de cómo va a ser su novela, «Mi Laura»” (p. 216).

A ello habría que añadir las lecturas que Marlowe y Hallux van ofreciendo del texto -y que son otros relatos- y la historia paralela de Marlowe al que le han encargado, como “escritor fantasma”, la biografía del magnate Arthur Laughton, lo que despierta algunas reflexiones sobre la realidad y la ficción, que acaso puedan desembocar en una futura “teoría de la fricción”. Y aún habría que añadir el relato de Marlowe titulado “Un torso sin rostro”, novelita intercalada que rehace, además, una novela de Siri Hustvedt, segunda mujer de Paul Auster, acerca de un hijo de éste. Aurora Lee exuda literatura por cada línea. Pero con talento narrativo y algunos flecos de humor. Los “letraheridos” están de enhorabuena.

Ricardo Senabre. El Cultural


 

Textos

Todo libro acabado es un pálido reflejo del que concibió la imaginación de su creador.

[…]

No hubiera sido un caso único en la historia de la literatura: así es como surgió el Kublai Khan de Coleridge, durante un sueño del que alguien lo despertó inopinadamente, truncando el ftnal de la obra. A Schumann y a Blake también les fueron reveladas algunas de sus obras más excelsas mientras soñaban. Al compositor se las susurraba al oído un ángel, que se apostaba durante la noche junto a su almohada. También a Blake se le aparecía un ángel en el bosque, en su caso mientras soñaba despierto. Se dirigía a él desde la rama de un árbol y Blake le escuchaba con el alma en vilo. Cuando el ángel terminaba de recitarle el poema, Blake corría enloquecidamen-te por el bosque, camino de su casa, donde le esperaba su mujer, que le recriminaba las majaderías que le contaba, bueno, eso dicen, es preciso reconocer que el remate de la historia tiene un tufo inequívocamente machista. Lo que cuenta es que se trata de casos rigurosamente ciertos. Los dos: ahí están las sonatas de Schumann y los poemas de Blake. Son reales. Podemos disfrutar unas y otros. Existen…

[…]

Alejandro Selkirk, siguió diciendo, fue un aventurero escocés, un marinero. En uno de sus viajes, el barco en que se había enrolado se vio forzado a recalar en el archipiélago de Juan Fernández, por negligencia de su capitán. Selkirk tuvo un serio enfrentamiento con él, y le dijo que cuando el barco se hiciera a la mar no lo abordaría con el resto de la tripulación. Al capitán la ocurrencia de su subordinado le pareció algo totalmente peregrino, pero le dijo que no se preocupara, que si su deseo era que lo abandonaran en la isla, él se aseguraría de que se cumpliera. Selkirk sonrió torvamente y le dirigió una mirada desafiante. El escocés se mantuvo en sus trece hasta el último momento. La voluntad le flaqueó la mañana en que se iniciaron los preparativos para zarpar. Toda la tripulación subió a bordo salvo él, que contemplaba las acciones de sus compañeros con desdén desde la playa. Sólo cuando vio que la nave levaba anclas dejándolo a él en tierra, se arrepintió. El escocés se adentró en el agua dando voces y le pidió a su capitán que no lo dejara allí. La tripulación observó su gesto impávida desde la borda. Con el agua a la cintura, Selkirk se quedó mirando cómo desaparecía el barco. Pasarían cuatro años y cuatro meses antes de que otra embarcación lo rescatara. […] Cuando regresó a su Escocia natal, siguió diciendo el magnate, Selkirk escribió una breve relación dando cuenta de sus experiencias en la isla. La crónica de su supervivencia llamó poderosamente la atención en Inglaterra, y uno de sus muchos lectores, un tal Daniel Defoe, se inspiró en ella para escribir «Robinson Crusoe», la primera novela de la lengua inglesa.

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Eduardo Lago. Siempre supe que volvería a verte Aurora Lee

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