Una obra poética es siempre un reflejo bastante exacto de lo que significa el amor para quien la ha escrito, porque el poeta avanza a medida que profundiza en la relación entre poesía y amor. Esta profundización es fundamental y uno de los aspectos más largos y difíciles de la formación del poeta.
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Además, mientras se escribe un poema de amor, existe siempre el peligro de la intervención de una necesidad de otra índole, de alguna costumbre o moralidad de menos interés poéticamente hablando. Porque, cuando la poesía habla de amor, se pone de manifiesto con mucha más contundencia que en otras circunstancias lo difícil que es decir la verdad y, al mismo tiempo, que sin verdad no hay poema.
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El amor es una ciudad populosa: no se acaba nunca de conocer. Tiene barrios de todo tipo, partes viejas, en ruinas, partes nuevas, construyéndose aún. Hay riqueza y miseria, mediocridad, todo tipo de enfermedades. Suena la mejor música y se cometen los crímenes más espantosos. Se sufre unos inviernos gélidos y unos veranos de suicidio. El sol puede ser ardiente y la lluvia desoladora. Cambia siempre de aspecto según de donde se mira. Cuando se sale de los lugares habituales, las sorpresas, que van del éxtasis al horror, son continuas. Toda una vida da a lo sumo para expresar unas pocas de sus verdades en unos poemas.
Joan Margarit. Nuevas cartas a un joven poeta