Después del desastre de Baïgora, en que muere Aditchka, y que Wiazemsky narra en El libro de los destinos los Belgorodsky se ven obligados a trasladarse a Yalta, en tiempos un lugar de veraneo para las familias adineradas de toda Rusia. Allí, entre sus cuñadas Xénia y Olga, los hijos de ellas y su hermana Tatiana revivirán los mejores días de vacaciones donde todavía hay lugar para el lujo y la comida no escasea. Sin embargo, el triunfo de la Revolución no tardará en suceder y una vez más la familia se verá obligada a huir.
«Con sobriedad y elegancia, Wiazemsky nos hace partícipes de una pavorosa tragedia sin caer jamás en el maniqueísmo ni en la nostalgia, describiendo con mano maestra toda suerte de encontrados sentimientos. Una novela absolutamente recomendable.»
Jorge de Cominges, «Qué leer»
La autora
Anne Wiazemsky (Berlín, 1947) es escritora, directora de cine y actriz. Estuvo casada con Jean-Luc Godard (1967-1979) y es nieta de François Mauriac. Su carrera cinematográfica comenzó en 1966 con el papel principal en Al azar, Baltasar de Robert Bresson. Durante su juventud actuó en numerosas películas de Godard y de otros cineastas franceses e italianos. Ha escrito once novelas, entre las que destacan Canines (Premio Goncourt des Lycéens, 1993), El libro de las despedidas (Gran Premio RTL-Lire, 1996) y El libro de los destinos (Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y Premio Renaudot des Lycéens, 1998). También es autora de libros infantiles y de un libro de relatos. Un año ajetreado, galardonada con el Premio Saint-Simon 2012 y el Premio Duménil 2012, es su última novela.
Textos
Una felicidad absurda, animal, invadió a Olga, y le hizo olvidar las dificultades y los padecimientos de los últimos meses. Ya no contaba nada, excepto el deseo de encontrarse lo antes posible de nuevo con sus niños, de precipitarse en el mar y de nadar todo el tiempo que fuera posible. Todo su cuerpo reclamaba, de repente, el agua salada, el sol, el aire delicioso de Crimea. Lanzó un rugido de triunfo como cuando era una niña pequeña, y después una jovencita, hasta que se lo prohibieron con el pretexto de que aquello no era adecuado. La puerta de su habitación se abrió entonces y tres niños descontrolados se arrojaron sobre ella, gritando, chillando, peleándose por cogerse a sus manos y su cuello. En el vano de la puerta, voluntariamente apartada, esperaba la niñera junto al último, el más pequeño. Éste parecía dudar de que aquella guapa señora con camisón y el pelo espeso y castaño que le llegaba hasta la cintura fuera la mamá cuya llegada tanto le prometían desde hacía unos días. Su aire arisco trastornó a Olga y fue a él a quien tomó el primero entre sus brazos.
–Mi pequeñín, mi niñito –no cesaba de decir, y le cubría de besos, mientras los otros tres se agarraban a su camisón.
DIARIO DE XÉNIA
27 de octubre de 1917
Tres días seguidos de registros han puesto patas arriba el orden de nuestra casa. Los marineros enviados por el soviet de Yalta buscaban armas, supuestamente. A pesar de mis protestas, cogieron cartas y documentos relativos a la buena marcha de la propiedad. Olga se puso frenética, y le dijo a aquel que se decía jefe de todos ellos: «Vosotros sois la prueba de la debilidad del Gobierno provisional de Kerensky, ¡no le obedecéis a él, sino al soviet de Petrogrado! ¡A los bolcheviques!». Tuvimos miedo de que la detuvieran por la insolencia, pero se contentaron con burlarse de ella. ¿Cómo hacerle comprender que debe ser más prudente? Los niños que se hallaban presentes no tuvieron miedo: consideraron aquella «visita» como un juego. Con la perspectiva de nuestra partida, empiezo ya a preparar los equipajes. Dejo Baïtovo a Oleg con toda confianza. Ninguna novedad de Micha.