Era demasiado luminosa y demasiado inteligente para que nadie pudiera hacer otra cosa que imitarla. Antes que nada sus amigas, que sostenían el cigarrillo como ella, con desdén, entre el índice y el pulgar; se vestían como ella, hablaban igual. A pesar de la complejidad de su inteligencia, Lucía mostraba una naturalidad muy convincente, por eso podía permitirse muchas cosas que otras personas son incapaces de hacer impunemente. La misma rapidez de su entendimiento parecía completamente natural a la luz de su intensa sinceridad.
–Una mujer elegante –dijo hoy el abuelo– que me pasara suavemente una mano “pulita” por debajo de la camisa…, así recuperaría yo ahora la memoria que he perdido –se reía con sus ojitos celestes.
Ricardo Piglia. Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación