[…] Para escribir buena poesía conviene haber leído buenas novelas porque van dejando un poso, una especie de retaguardia, un fondo sobre el que a veces se destacará en primer plano de un poema. En general no se sabrá nunca de qué manera cada una de estas novelas ha sido útil en momentos o poemas concretos, pero sí que se acabará comprendiendo que los poemas serían mucho peores, o no serían, sin un cierto número de buenas novelas.
Ahora bien, entre las buenas novelas hay algunas que significan más aún para el poeta: estas buenas novelas tiene un papel muy parecido al de una cierta poesía clásica dentro del proceso de escribir un poema, es decir, que inciden directamente sobre poemas, a veces sobre libros enteros, de una manera reconocible, si no para los demás, sí para el poeta. Se hace difícil decir cuáles son o sus características, porque esto variará para cada poeta, pero para mí es evidente que las delicadas obras de Jacobsen que recomienda Rilke -«Niels Lyne» y «Marie Grubbe»- pertenecen esta categoría. Yo añadiría obras tan diferentes como «La montaña mágica», de Thomas Mann, «El Cuarteto de Alejandría», de Lawrence Durrell, «Vida y destino» de Vasili Grossman», «El corazón de un cazador solitario», de Carson McCullers, «El teatro de Sabbath», de Philip Roth, «Ana Karenina» de Lev Tolstoi, y los relatos de Hemingway, Rodorera, Carver, Aldecoa, Cheever y Salter.
Joan Margarit. Nuevas cartas a un joven poeta