¿Cómo sería un mundo sin libros? Es verdad que sin ellos se puede vivir dignamente, admite el filósofo José Luis Pardo, y recuerda que se ha “se ha hecho así durante muchos años, y todavía hoy millones de personas en el mundo lo intentan todos los días. Pero para nosotros, los que vivimos en esta parte del mundo llamada Europa en este momento de la historia, resultaría sencillamente imposible imaginar siquiera un mundo sin libros en el que mereciera la pena vivir. Sin libros, todas las palabras de nuestra lengua perderían inmediatamente una parte sustancial de su significado, de su riqueza, de su peso y de su sensibilidad”. […]
El significado de las cosas, la percepción del mundo y de la vida no sería la misma porque los libros han ayudado a su conformación, han contribuido a moldearla. Conceptos como amor, tristeza, felicidad, dolor, triunfo, sueño, deseo, odio, trabajo o aventura no serían lo mismo sin ellos. En palabras de Pardo: “¿Cómo podríamos siquiera reconocer lo que nos pasa si los libros no nos enseñasen su nombre, si no nos enseñasen a deletrearlo, a sentirlo, a extrañarlo, a huir de ello o a perseguirlo? ¿Cómo habríamos podido, sin los libros, aprender que en la vida no todo es aprovechamiento ni ensimismamiento, cómo habríamos llegado, sin los libros, a complicarnos la vida, a buscar más allá de lo inmediato, a ponernos en el lugar del otro, de cualquier otro?”.
Cada obra es un mundo, y ensancha el de quien la lee. Almudena Grandes reconoce que ha aprendido muchas más cosas en los libros que en la vida: “Y he sido feliz, desgraciada, y me he reído, y he llorado, y me he asustado, y me he emocionado, y me he enamorado, y me he desenamorado muchas veces más, porque los libros viven, laten, palpitan con su propio corazón”. Y admite que “tal vez sería capaz de llegar a ser feliz trabajando en otra cosa”, pero, sin duda, para ella, “vivir sin leer ya no sería vivir, sino un sucedáneo insoportable de la vida”.
Gracias a ellos no nos sentimos solos. Eso cree Xavier Güell, director de orquesta y escritor. Asegura que la lectura “es el gran motor de la vida no sólo porque nos inspira y nos revela el sorprendente significado de nuestra existencia, sino porque nos enseña a compartir; a salir de nosotros mismos para penetrar en otros mundos que acabamos reconociendo como propios. Y por fin comprendemos que el pulso desenfrenado de la alegría y el dolor, de la duda y la certeza, de la realidad y los sueños que yace en la literatura es en definitiva el espejo perfecto donde inevitablemente nos reflejamos. Flaubert tenía razón al decir: ‘Lee para vivir’. Sabía bien que la palabra escrita se funde en nuestro interior y nos da la energía necesaria para afrontar mejor el difícil reto de nuestras vidas”.
Sin libros sería el fin de ese amigo y esa compañía anhelada y mentada por todos, según Milagros del Corral, escritora y exdirectora de la Biblioteca Nacional. El libro, dice, es un maestro que no la abandona, siempre dispuesto, confiesa, “a tomar mi mano para seducirme, emocionarme, para invitarme a recorrer mundos ignotos, a vivir otras vidas, a gozar y sentir, a reír y llorar, a aprobar y criticar, a pensar y a crecer… ¿qué mejor maestro de la vida?”. Y aunque suena a lugar común, “es el mejor amigo”, “ese que, sin pudor, se abre en canal a mis ojos ansiosos, para darme todo sin pedirme nada. Sólo el tiempo evitando que lo pierda, sólo algo de silencio para librarme de tanto ruido inútil que nos acosa por todas partes”. […]
Como dijera José Luis Pardo, al inaugurar este recorrido, “hay muchas clases de pobreza, pero la miseria de un mundo sin libros haría de nosotros, de pronto, unos completos desdichados. Pero para que los libros nos libren de esa pobreza, para que los libros sean verdaderamente libros, han de tener lectores. Adelante, pues. No sabemos cuánto durarán los libros. Pero sabemos que nosotros no duraremos siempre, y aún estamos a tiempo de aprender algo”.
