Muy querido señor Kappas: he dejado largo tiempo sin respuesta una carta suya; no es que la haya olvidado; al contrario: es de aquellas que uno relee cuando las encuentra entre otras cartas, y lo reconocí a usted en ella como desde muy cerca […] Cuando la leo, como ahora, en la gran calma de esta lejanía, su hermosa preocupación por la vida me conmueve […]
Si usted se atiene a la naturaleza, a lo sencillo de ella, a lo pequeño que apenas uno ve y que tan inopin
adamente puede llegar a ser lo grande y lo inconmensurable; si usted siente este amor por lo insignificante; si con toda llaneza, como servidor, trata de ganar la confianza de aquello que parece pobre: todo entonces le será más fácil, más armonioso y, en cierto modo, más conciliable; no, quizá, en el entendimiento, que asombrado se retrasa, pero sí en lo más profundo de su conciencia. Usted, querido señor, es tan joven, está tan lejos de toda iniciación, que quisiera encarecerle, tanto como puedo, que tenga paciencia frente a todo lo no resuelto en su corazón, y que trate de amar los «problemas mismos» como a cerrados aposentos y como a libros escritos en un idioma muy extraño. No busque ahora respuestas, no le pueden ser dadas porque no podría vivirlas. Y de eso se trata, vivirlo todo. «Viva» usted ahora los problemas. Viviéndolos, tal vez en un lejano día, poco a poco, sin advertirlo, penetre en la respuesta. Quizá lleve en usted la posibilidad de formar, de crear: modo de vida particularmente venturoso y puro […]
[…] No se deje engañar por las superficies; en las profundidades todo se vuelve ley […]
[…] querido señor, ame su soledad, soporte el dolor que le ocasiona; que el son de su queja sea bello […]
Rainer Maria Rilke. Cartas a un joven poeta
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