Textos de la lectura de «La lección de anatomía». II

No quise ser

Nunca quise ser minera ni policía nacional, ni grumete en la marina. Ni ministra. Ni economista ni camionera ni conductora de un taxi ni estrella del rock and roll. Nunca quise ser asistenta ni educadora infantil ni trabajadora social ni modelo de pasarela ni empresaria. No quise ser enfermera ni cocinera ni peluquera ni guardia urbano ni piloto de aviones ni boxeadora ni paracaidista ni obrera de la construcción. No quise ser camarera ni diputada del Congreso ni representante de una marca comercial. Ni torera ni bombera. No quise ser radióloga , dueña de una tienda de hilos y botones, estibadora del puerto, domadora de leones, princesa con agenda oficial, azafata, puericultora, jueza, abogada, constructora ni agente inmobiliaria. No quise ser presentadora de la televisión ni geriatra ni vendedora a domicilio ni ingeniera de minas, canales y puertos. Ni informática ni bibliotecaria ni encuestadora ni cartera ni, por supuesto, directora de recursos humanos o jefa de personal. No quise ser contable ni funcionaria del Estado ni me llevé una alegría cuando las mujeres pudieron entrar en el ejército. No quise ser coronela ni caMarta Sanz. La lección de anatomíapitana. No quise ser detective matrimonial  ni detective a secas  ni periodista ni científica ni costurera ni empaquetadora en unos grandes almacenes durante las navidades. Ni agente secreto. No quise ser matarife ni granjera ni agricultora ecológica. No quise ser portavoz. No quise comprar ni vender acciones ni trabajar en una sucursal bancaria. No quise ser obrera metalúrgica ni pescadora ni sexadora de pollos ni percebeira ni buza. Ni trepadora de torres de alta tensión. No quise ser emigrante. No quise ser directora de un colegio ni empleada de una fotocopiadora ni mensajera ni guarda de seguridad ni taquillera de metro.

Quise ser, en épocas sucesivas, hada, cajera de supermercado, bailarina, ladrona, dependienta de una farmacia, profesora, quise no ser nada y quise escribir.

Experiencia universitaria

Tomo asiento en la primera fila y cojo apuntes desde las ocho de la mañana hasta las tres. Mi mano es una garrita deformada y no desarrollo capacidad alguna para los estudios literarios, sino para la taquigrafía y los trabajos manuales. Es como un deporte. Año tras año, acumulo cuadernos cuadriculados de espiral en los que voy recogiendo, con mi letrita, el dictado de la lírica y la narrativa del Medievo, del Renacimiento, de los Siglos de Oro. Al curso siguiente doy la vuelta al cuaderno y comienzo a escribir, por detrás, otra asignatura. Voy a clase a diario y veo: profesoras que se liman las uñas y profesores que son como el príncipe gitano -¿se puede ser sabio y a la vez tener mal gusto? es una de las preguntas que, surgidas de la experiencia, han contribuido a desarrollarme intelectualmente-; pizarras con blancas caligrafías árabes, con signos del lenguaje para la transcripción fonética; cátedros homosexuales que ponen matrículas de honor a jovencitos recién llegados de una capital de provincias; niños con bozo; alumnas aplicadas; hombres mayores con asignaturas pendientes; maestros que pronuncian las mismas explicaciones un año detrás de otro.

 

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