Textos (I) Mi vida en la cabaña

Todos los días consigné mis pensamientos en un cuaderno. Ese diario de ermitaño es lo que tenéis en las manos. 

Es curioso, cuando uno decide vivir en una cabaña se imagina a sí mismo fumando un cigarro bajo el cielo, perdido en sus meditaciones, y en la realidad está puntuando listas de víveres en un cuaderno de contabilidad. La vida, ese trámite de almacén. 

La cabaña mide tres metros por tres. Una estufa de hierro asegura la calefacción. Se volverá mi amiga. Acepto los ronquidos de esta compañera. La estufa es el eje del mundo. Alrededor de ella se organiza todo. Es una pequeña diosa que tiene vida propia.

Es de noche, son las nueve, estoy frente a la ventana. Una luna tímida busca un alma gemela pero el cielo está vacío. Yo, que le saltaba al cuello a cada segundo para extraerle hasta la última gota, aprendo la contemplación. 

Sylvain Tesson. La vida simpleSentarse frente a la ventana, la taza de té en la mano, dejar que pasen las horas, ofrecerle al paisaje declinar sus matices, no pensar más en nada y de pronto, capturar la idea que pasa, arrojarla sobre la libreta. Utilidad de la ventana: invitar a la belleza a entrar y dejar salir la inspiración.

Habría debido impregnarme de la filosofía de Dersu Uzala: en el bosque, lo único confiable es el hacha, la estufa y el cuchillo. Privado de ordenador, no tengo más que el pensamiento. El recuerdo es un impulso eléctrico como cualquier otro.

El lujo del ermitaño es la belleza.

A la noche, me emborracho lentamente. La cabaña, celda de ebriedades.

 

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